Al igual que nosotros con la Misa de los domingos, Jesús, como buen israelita, tiene la costumbre de acudir los sábados a la sinagoga. Esta vez entra en la de su pueblo en donde se ha criado, todos lo conocen porque durante más de treinta años ha sido un conciudadano más pero ahora además goza de fama, cuentan de él grandes cosas y tiene un hablar que ensancha el corazón.
Se ha levantado para la lectura y hay cierta expectación entre los asistentes. A Jesús se le escucha con gusto, habla con autoridad y no repite frases hechas ni recurre a lugares comunes, su enseñanza transmite vida y ganas de vivir
Le han entregado el libro de Isaías y parece que está buscando un párrafo concreto.
Lo ha encontrado y ya comienza a leer:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
Porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
Para anunciar a los cautivos la libertad
y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos,
Para anunciar el año de gracia del Señor”
Al llegar a este punto interrumpió la lectura, enrolló el libro y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
“Hoy se cumple esta Escritura”
Los oyentes quedan sorprendidos y perplejos, no saben cómo reaccionar, pero el mensaje les apasiona la predicación también.
¿Está anunciando una versión nueva del Mesías? El Mesías vendrá a liberarlos, acabará con su cautividad y con su pobreza pues hasta los ciegos recuperarán la vista. Esto entusiasma y da paso a la esperanza, pero ¿por qué ha interrumpido la lectura omitiendo el último versículo? Isaías continuaba anunciando un día de venganza de aniquilación del enemigo. Dios, su Dios, el de siempre, con brazo fuerte y guerrero eliminaría de la tierra al pueblo opresor. Todo esto lo ha borrado Jesús, lo ha tachado con su silencio. ¿Está diciendo que Dios, su Dios, el Dios de sus padres no es el Dios terrible y vengador, el que con su bramido aniquila a los pueblos enemigos mostrando así su poder? ¿Está diciendo que Israel no es el único elegido y que el año de gracia lo es para todos, judíos y gentiles?
Sí, el Dios de Jesús tiene otro rostro, sus seguidores también lo han de tener. Los cambios aterran o cuanto menos crean angustia y siembran inseguridad, inquietud y perplejidad. Mejor quedarse con los “ajos y cebollas” de Egipto o nuestro equivalente “más vale malo conocido que bueno por conocer”
Es preferible la esclavitud a la que al fin están acostumbrados y resignados a las arriesgadas opciones por una incierta liberación. Mejor acabar con el innovador.
La historia continúa, nos la contará la liturgia del próximo domingo.
Sor Áurea