Encerrado entre cuatro inhóspitos muros, lejos del abierto espacio del desierto, Juan tiene miedo. Herodes lo ha traicionado, parecía que empatizaban, pero no aguantó sus reproches y descargó sobre él los candados y los barrotes que enmudecieron su voz. Ya no grita en el desierto, ya no exige allanar los caminos por donde llegará el Mesías, el Salvador. Pero ahora siente que el suelo se hunde bajo sus pies, está inseguro, su penosa situación propicia el desánimo y la negatividad, perplejo se cuestiona ¿No se habría equivocado? ¿Y si no fuera Él? Quiso fortalecer las rodillas vacilantes y son su cabeza y sobre todo su corazón los que vacilan.
La incertidumbre y el sentimiento de frustración y fracaso lo invaden. El sentido de su vida, de su vivir, de su austeridad y penitencia, de su predicación, se desmorona.
“Id, preguntadle: ¿Eres tú o hemos de esperar a otro?”
La respuesta de Jesús contrasta con la angustia de Juan.
Sin sutiles argumentos, sin enrevesada teología, sin disquisiciones extrañas, con la sola razón de las buenas obras, Jesús devuelve la paz a Juan.
«Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído:
Los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios, los sordos oyen,
los muertos resucitan,
se anuncia a los pobres la Buena Nueva…»
Jesús responde señalando los signos de su poder, un poder que no utiliza para jactarse sino para el servicio, para la bondad.
Jesús no se tira de lo alto para que lo sostengan los ángeles, ni hace que las piedras se conviertan en pan, ni acepta reinos terrenales… como vemos en el relato de las tentaciones (Mateo 4:1-11) Los milagros de Jesús no son para la ostentación y el prestigio «Mira, no se lo digas a nadie. (Mateo 8, 1-4)
La grandeza de Jesús, su actuar prodigioso está en el poder de hacer el bien. Rescatar al hombre de su miseria y debilidad. “Los ciegos ven, los cojos andan…”
La señal del Reino, del cristiano, de los seguidores de Jesús, es el amor, la fraternidad, la bondad.
Jesús responde con una cita de Isaías. Sabemos que los evangelios son catequesis y que no todos los fragmentos son historia, pero todos nos traen la Palabra de Dios, la enseñanza de Jesús para nuestro día a día, y en todos vamos viendo situaciones que por humanas se parecen a las nuestras. No tenemos la experiencia de la cárcel como la tuvo Juan el Bautista, pero posiblemente hayamos sentido alguna vez si no la desazón y la angustia, al menos sí la inquietud y la duda. ¿Nos habremos equivocado en alguna de nuestras opciones importantes? ¿Será verdad que es un cuento de niños o algo para ingenuos o incultos lo que dice nuestra fe? Y la respuesta, como la de Jesús a Juan, no es tanto agobiarse con razones y galimatías que no alcanzo, como señalar las obras buenas de los seguidores de Jesús y mis propios intentos de hacer el bien. Y no es que el contenido de fe no sea razonable ni que no sea razonable el creer, sino que el buen obrar, el preocuparse y ayudar a los demás, es un recurso añadido a la razón. En lo que hagamos por los demás encontraremos al Jesús que se identifica con aquellos que nos necesitan.
Y otra enseñanza más en el fragmento de este domingo, Jesús espera a que se den la vuelta los emisarios de Juan para colmarlo de alabanzas y bendiciones, mientras a veces nosotros, a espaldas del hermano, lo criticamos señalando aspectos negativos o que nos molestan.
Es precisamente la exhortación de Santiago en la segunda lectura de la Eucaristía:
“Tened paciencia»; y «No os quejéis unos de otros».
Y, por último, hoy es el domingo «GAUDETE” es decir, de la ALEGRÍA, de la alegría que tiene un sólido fundamento: La reconfortante esperanza cristiana, ¡EL SEÑOR VIENE!
Sor Áurea Sanjuán, op