
Comentario al Evangelio del Domingo II Domingo de Cuaresma, ciclo C.
Jesús camino hacia Jerusalén, donde presiente que le espera la traición y la muerte, toma aliento en la oración. Ha buscado la compañía reconfortante de los amigos pero Pedro Santiago y juan se caen de sueño, lo han acompañado a lo alto de la montaña.
Están cansados y deprimidos ante la amenaza de esos nubarrones negros que entrevén en las insinuaciones y anuncios del Maestro, también por las veladas emociones que perciben en él. Lo han visto llorar ante las puertas de la Ciudad Santa: “Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces he querido recogerte bajo las alas como la gallina a sus polluelos y no has querido!
Pedro, Santiago y Juan se han sentido los predilectos, escogidos de entre los demás compañeros, pero esto no es suficiente para devolverles la ilusión y el entusiasmo.
Han sido seleccionados pero no acaban de saber para qué, solo cuando sacuden su modorra perciben la realidad y reaccionan «¡qué bien se está aquí!»
Pero Jesús no les deja más que este pequeño respiro. Hay que bajar. Hay que salir de la nube, hay que pisar el suelo hay que caminar.
Es lo que hace su Maestro al que acaban de ver confirmado en su calidad de hijo de Dios. Han de seguir a Jesús y han de guardar en lo profundo de ser lo que han presenciado. Esa experiencia de Dios ha de permanecer en lo secreto de su corazón.
Ni la Ley (Moisés) ni los profetas (Elías), Sólo Jesús tiene palabras de Vida.
Pedro Santiago y Juan siguen aturdidos. Dentro de poco, cuando Jesús los vuelva a llevar consigo, al huerto, a orar, con Él, volverán a dormir.
Amodorrados, apáticos, miedosos o desinteresados el seguimiento de Jesús puede resultar una opción defraudarte y desmotivadora.
Podemos llamarnos seguidores de Jesús pero sin escuchar ni entender su Palabra. Podemos quedarnos en la seguridad que da el cumplimiento de la ley y la admiración y el disfrute de los preciosos textos proféticos y quedarnos sin comprender el auténtico mensaje.

Pedro, Santiago y Juan han experimentado lo bien que se está en el Tabor cubiertos por la nube, Acompañados por Moisés y Elías, escuchando la voz del Cielo y contemplando el rostro radiante de Jesús.
La oración nos hará disfrutar del Tabor como a Pedro, Santiago y Juan pero no será posible construir tiendas , de la nube hay que bajar. Hay que seguir pisando nuestro suelo.
La metáfora del Tabor es muy sugerente cuando subraya que los discípulos al salir de su ensueño se encuentran solos con Jesús.
Moisés y Elías ya no están, el Padre se ha callado pero les ha dejado un imperativo: ¡Escuchadlo.
Hay que escuchar solamente a Jesús y evitar a todos esos “maestros” que invaden nuestra intimidad y nos seducen con sus más que dudosas “verdades”. Nos ayudará a desenmascararlas el cotejarlas con el mensaje y el ejemplo de vida de Jesús. Ideologías y modas caerán rodando por los suelos cuando a la Luz del Evangelio descubramos la desventura y la insatisfacción que generan. Los maestros como Jesús son los que conducen a un vivir verdadera y plenamente humanos. Hay que escuchar a Jesús, asimilar su enseñanza y compartirla pero como Él, sin anuncios oscuros, sin extraño lenguaje sino haciendo el bien, cuidando al querer transmitir nuestra experiencia de fe y de oración, de no caer en romanticismos que la envuelven en un aura que la apartan de la realidad.
Por muy sublime que sea nuestra oración no será aceptada si nos encierra en una torre de marfil que nos impida ver y sentir el dolor y también el gozo y alegría de los hermanos. La oración, si es auténtica, no puede ausentarnos de la vida .
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP