La fiesta ha terminado. Porque ha sido una fiesta “aquel muchacho había ofrecido sus cinco panes y sus cinco peces y se produjo el milagro. “todos comieron y se saciaron”. Es lo que ocurre cuando todos ponemos sobre la mesa nuestras propias viandas: hay para todos y sobra. Sobran ¡doce cestos! Más de lo que hemos puesto. Moraleja ¿Quieres andar sobrado? ¡comparte!
Es tarde, los apóstoles no pueden más, el incansable ritmo de Jesús les tiene literalmente agotados. Por eso, acogen sin dilación la invitación de irse por delante en la barca. También Jesús está cansado y aturdido de tanto bullicio, de tanto reclamo. Pero aún se entretiene despidiendo a la gente. Al fin, queda solo. Buscando unas horas de soledad sube al monte. Necesita descansar. Pero el descanso de Jesús no es como el nuestro, no se desploma sobre el sofá, sino de rodillas recostado en el regazo de su Padre que le espera en la intimidad de la oración.
Entretanto ya de noche, los discípulos que habían marchado antes iban a la deriva, golpeada la barca por el fuerte oleaje. Estaban asustados, les faltaba el apoyo, el soporte, la seguridad que les proporciona la compañía del Maestro. Tienen miedo y en su paranoia no ven más que fantasmas.
Gritan de terror, el fantasma se les acerca.
Solo la conocida voz de Jesús devuelve la calma a las olas y a su corazón. «Ánimo no tengáis miedo, soy yo».
Si es Jesús, la paz está asegurada. Pero el impetuoso Pedro grita “si eres tú, haz que vaya a ti”. Pedro con la vista y el corazón puesto en Jesús camina sobre las aguas, cuando piensa en sus miedos titubea, es entonces cuando se hunde y es entonces cuando encuentra la mano que Jesús le tiende.
Todavía no han aprendido que Jesús, pese a las apariencias de abandono y desolación, está y estará siempre con ellos.
También nosotros sentimos miedo ante lo desconocido y creamos nuestros propios fantasmas.
¿Por qué no pensar que lo desconocido puede traer algo bueno?
En todo caso, en las dificultades, la oscuridad y los peligros debemos descubrir la presencia de Jesús. Descubrirla en esa mano que nos tiende el amigo y nos saca o nos ayuda a salir del atolladero.
Descubrirla, en esa luz que nos ayuda al mirar y ver con objetividad la dimensión real de los problemas, tienes energía que no sé si volverá a enfrentarnos con nuestros miedos, eso es, miedos que paralizan y entorpecen.
Sentir que es Jesús quien nos libera de todos ellos. Como a Pedro, Jesús nos tiende su mano, también nosotros debemos tenderla a quien nos necesite.
Olvidemos todo aquello que pueda convertirse en fantasma.
¡sabemos de quién nos hemos fiado!
Sor Áurea Sanjuán Miró, op