Contemplar y dar lo contemplado
“Contemplar y dar lo contemplado” es el lema que nos hemos apropiado las monjas como definición de nuestro quehacer, pero en realidad lo es de todos los seguidores de Jesús, al menos es lo que podemos deducir al reflexionar sobre este Evangelio.
Jesús los ha invitado, “Venid y os haré pescadores de hombres”. “Deja que los muertos entierren a los muertos, tú ven y sígueme”.
“Maestro ¿Dónde vives?”. “Venid y lo veréis”. Han visto dónde y cómo vive, los ha cautivado y se han quedado con él, pero el Maestro no los quiere ociosos. Del vivir con él, del estar sentados a sus pies escuchando su enseñanza surge una urgencia, la necesidad de compartir ese disfrute, es preciso “poner manos a la obra”. Hay que construir y expandir el Reino.
Vivir con Jesús es incompatible con el egoísmo. Vivir con Jesús es hacer de la propia vida una vida de oración y una vida de oración no es aquello de la “fuga mundi”, sino en palabras de Jesús: “estar en el mundo sin ser del mundo”, pisar la tierra sin temor a que su cieno nos salpique, sabiendo que en Jesús está ese poder depurador que convierte las aguas ponzoñosas en manantiales de agua pura que saltan hasta la Vida Eterna. Estar con Jesús es calzarse las deportivas, recorrer los caminos contagiando la alegría que nos rebosa al tener un sentido y un proyecto, una misión que cumplir. Una misión, consecuencia del estar con Él.
El “ocio contemplativo” no es esa quietud que amodorra, es el descanso que nos recarga la energía que impulsa a comunicar y contagiar. Nos impulsa a dar lo que hemos aprendido y sentido, a dar lo contemplado.
Es volcar y sacudir nuestra mochila, pues no hay que almacenar porque no se trata de tener sino de ser.
Tan solo poseer un bastón y unas sandalias, porque como cantamos, “Nuestra riqueza eres Tú”.
Un bastón que me diga que mi único arrimo es Él y unas sandalias semejantes a las suyas para que, al caminar, las huellas de mis pies no se diferencien de las suyas, porque es a Él y no a mí a quien han de seguir.
El enviado de Jesús no puede ser caprichoso, allí donde primero lo reciban se ha de quedar, para bien o para mal ese ha de ser su acomodo.
El trajinar para aquí y para allá no cabe en su programa, el antojo de elegir, tampoco.
Pero el Cielo de Jesús no se impone. Hay quienes lo ignoran o no lo conocen o no lo quieren y lo rechazan. Nuestro empeño ha de ser darlo a conocer, mostrarlo apetecible y nada más. Resulta duro, pero hay que sacudir el polvo adherido a nuestro calzado, es la manera de mostrar y reconocer nuestra impotencia. Sólo Dios puede mover el corazón. Y Dios que es bondadoso moverá el de aquellos a quienes arrope nuestra oración, aquellos a quienes queremos dar lo que hemos
contemplado, lo que hemos aprendido al vivir junto a Jesús.
Sor Áurea Sanjuán, op