Nos felicitamos. «¡feliz Navidad!» ¡Felices fiestas! ¿Qué festejamos? Ya no se ven las graciosas postales de Ferrándiz que nos mostraban los típicos angelitos, pastores y caminos hacia Belén. Hoy somos más asépticos, más serios o más superficiales pero nos seguimos felicitando.
¿Sentimos realmente esos deseos mutuos de felicidad? Hay mucha trivialidad y mucha banalización. «¡Feliz Navidad!» ha resultado ser una exigencia social, una cortesía más.
Olvidamos que su sentido original y profundo es que nos felicitamos porque celebramos al Dios que se hace niño, al niño que es Dios.
Olvidamos el misterio de nuestra Fe. Ya no soñamos, como José, con Ángeles, sino quizá sí -hoy es el 22 de diciembre- con la lotería sin darnos cuenta de que el gran premio es el Emmanuel: el» Dios con nosotros».
¿Dios con nosotros? ¿Cómo, pues, tanto mal, tanto sufrimiento? Olvidamos nuestra parte de responsabilidad y la transferimos a Dios.
Pero ¿es nuestra la responsabilidad por el mal? ¿Qué podemos hacer ante tanta catástrofe y sobre todo tanta crueldad de unos seres humanos sobre otros?
No podemos, aunque nos manifestemos contra ellos, solucionar los conflictos bélicos que asolan a tanta parte de nuestro mundo, no podemos evitar las masacres que conllevan. No podemos saciar el hambre, ni calmar el dolor de tanta gente, de tanto hermano nuestro.
Pero sí que podemos sembrar un poco de bien. Erradicando en mí la xenofobia y sustituyéndola por el respeto a la diferencia, considerando que toda persona es tan acreedora de una vida digna como yo. Cuidando la casa común, nuestro planeta, limpiando el pequeño entorno en el que me muevo.
Encendiendo con mi cuidado y ternura, una chispa de felicidad en el enfermo que ha olvidado su propia historia. Acompañando, ayudando, compartiendo… y no lo olvidemos, evitando molestar, importunar. Pasar como Jesús, haciendo el bien.
A «Dios nadie lo ha visto jamás», nos dice el evangelista Juan. Pero a los cristianos sí se nos ve.
Con nuestro comportamiento debemos suscitar la evidencia de que «Dios- está-con nosotros». Sólo así recobrará su sentido nuestro: «¡FELIZ NAVIDAD!”
Sor Áurea Sanjuán, op