Comentario al Evangelio del domingo de la 4.° semana de Adviento (Ciclo C)
Una figura importante del tiempo de Adviento es María la Madre de Jesús, la Madre de Dios..
Una mujer sencilla de pueblo, de ese pueblo del que se cuestionaba: “¿puede salir algo bueno de Nazaret?” Y es que al igual que Jesús no hizo alarde de su categoría pasando como una de tantas.
Y como una de tantas mujeres, se encargaría del hijo hasta que éste cumpliera los once o los doce años. Antes de esa edad el padre se desentendía pues los niños no valían y tampoco contaban, pero ya mozalbete, el padre tomaba el relevo en cuanto a su educación. A él correspondía transmitir las tradiciones familiares, sociales y también las religiosas.
Según estas costumbres podemos aventurar que Jesús pasó su primera infancia cogido al delantal de su madre y que ella le enseñó las primeras oraciones y modeló sus primeros sentimientos, inculcando en él la bondad, la solidaridad y esa empatía universal que le otorgaba la libertad de amar a todos fuesen o no hijos de Abraham. Ya adulto, le valió el mote de “amigo de publicanos y pecadores” y el más sacrílego de “comilón y bebedor”.
No imaginemos, de María sabemos poco pero lo poco que sabemos es más que suficiente para erigirla en maestra y modelo para nuestro vivir cristiano.
Sabemos, nos lo recuerda el Evangelio de hoy, que en cuanto supo que Isabel la necesitaba, se levantó y marchó a toda prisa, a la montaña. Su disponibilidad y su servicio no se frenaron con su aceptación al anuncio del ángel. Sabemos que acudió a un banquete de bodas y que al faltar el vino salvó del apuro a los novios instando a su hijo con aquella orden dirigida a los sirvientes y en ellos a todos nosotros como un programa de vida: “HACED LO QUE ÉL OS DIGA” y sabemos que todo aquello que guardaba en su corazón, culminó con su presencia al pie de la cruz.
Poco más sabemos, pero conocer su fidelidad, su servicio incondicional, su resistencia y fortaleza ante el hijo ajusticiado como si de un malhechor se tratara y sobretodo ver su índice señalando a Jesús y escuchar de ella: “Él es el Camino, Él es la Verdad, Él es la Vida. Yo también soy camino pero no meta, si venís a mí ha de ser para pasar y llegar hasta Él, no podéis deteneros. Atravesad los valles y subid las montañas, superad inercias y dificultades. Acudid allá donde un acercamiento o un servicio vuestro pueda suscitar paz y alegría. Es la alegría que deberíais llevar siempre a flor de piel sabiendo y reconociendo conmigo que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”.
“Haced lo que él os diga” y un día escucharéis como yo, pero no por boca de algún pariente o amigo, sino de mi propio Hijo, Jesús, “Dichosa, dichoso tú porque has creído”
Sor Áurea Sanjuan Miró, OP