Otra vez los fariseos poniendo la zancadilla a Jesús. La pregunta resulta banal ya que el divorcio estaba ampliamente admitido y practicado. Nadie dudaba de su licitud, aunque sí se discutía sobre la validez de los motivos que los varones alegaban para echar de casa a su mujer. Motivos que llegaban a resultar grotescos, bastaba, por ejemplo, que el hombre se hubiese cansado de su mujer o que a la mujer se le hubiera quemado la comida.
¿Por qué razones se decantaría el Maestro? Ahí estaba la prueba y ahí estaban los diversos estamentos para increpar y acusar. Pero Jesús no se deja enredar. No va con él la frivolidad y se remonta a lo fundamental.
– “¿Qué os mandó Moisés?” Y Moisés les había mandado que al menos dieran a la mujer un acta de repudio con la que poder justificar que había quedado libre.
El Maestro replica como no esperaban, saliendo en defensa del ser más débil subrayando la igualdad en dignidad y derechos entre la pareja y ratificando la seriedad y la solidez del matrimonio:
– “Por vuestra dureza de corazón tuvo Moisés que legislar eso. Pero al principio no fue así. Hombre y mujer los creó. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
De esta manera afirmaba la solidez del matrimonio nunca al vaivén del capricho o de fútiles motivos para la ruptura. En él se ponen en juego la fibra más intensamente humana y los más entrañables sentimientos. Cuando un matrimonio se rompe algo importante queda dolorosamente hecho añicos.
Con su tajante afirmación Jesús viene a decir que el matrimonio no puede fundamentarse en la arbitrariedad. El ser humano necesita estabilidad y raíces, necesita seguridad y alguien en quien confiar.
Los discípulos que se habían sorprendido por la contundencia del Maestro, ya en casa le preguntan y ven cómo Jesús se reafirma y enfatiza más. “Si uno se divorcia y se casa con otra, comete adulterio. Si una se divorcia y se casa con otro, comete adulterio”
Y aquí se apunta algo insólito para aquella cultura. También la mujer y no sólo el hombre, podía proponer el divorcio, aunque también para ambos la misma restricción. “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.
Y es que Jesús se remontaba al principio, cuando no había Ley escrita por el hombre y regía la Voluntad bondadosa del Creador.
Con el transcurso del tiempo y de la vida, Moisés tuvo que dictar una ley, pero lo hizo, según Jesus, por la terquedad del hombre y queriendo dar amparo a la rechazada. Una ley nunca tiene valor absoluto y siempre está supeditada y a favor del ser humano, por eso Jesús obvia a Moisés y se remonta al principio, a lo único absoluto, a la voluntad de Dios.
Si por algo se decanta Jesús es por los más débiles. No en vano, ni es casualidad que este fragmento del evangelio se complete con esa escena de Jesus abrazando a unos niños. Una escena que interpretada bucólicamente pierde su auténtico sentido. Jesús no abraza a los reyes de la casa, a niñas que son princesas y a niños héroes valientes. Imaginarlo así es puro anacronismo. Jesús acoge a lo más débil, vulnerable y menospreciado de aquella sociedad. Así “levanta del polvo y enaltece a los humildes”. La mujer no es propiedad del varón ni el niño escoria que se puede desechar.
Hombre y mujer los creó y los creó en un plano de igualdad. No es fácil encontrar razones para un repudio, pero cuando las hay no son exclusivas del varón. Jesús se posiciona a favor del más frágil defendiendo su dignidad humana y en contra de aquellos que exhiben sofisticados egoísmos.
En otra versión de este fragmento, la del evangelista Mateo, los discípulos perplejos ante esta doctrina tan novedosa y exigente exclamaron: “¡Si es así no trae cuenta casarse!” No habían entendido nada. Tanto tiempo escuchando y conviviendo con Jesús y no se habían percatado de su bondad, misericordia y comprensión. Con tan exigentes aseveraciones el Maestro quiso afirmar y resaltar la importante y fundamental dignidad de la unión matrimonial. Pero de ninguna manera machacar ni crear callejones sin salida. Jesús no es arbitrario ni fundamentalista. Dios no quiere situaciones imposibles.
A veces los humanos nos equivocamos y tomamos decisiones erróneas. A veces surgen obstáculos infranqueables en el camino. Es entonces cuando se abre un resquicio por el que aparece la esperanza y con ella la bondad y la misericordia. Es la Iglesia que como Jesús no es arbitraria ni fundamentalista. Es posible renacer.
Sor Áurea Sanjuan Miró, OP