Celebramos la fiesta del Buen Pastor. Y esta fiesta se ilustra con una imagen que fue habitual hace dos mil años pero que hoy nos resulta cuanto menos anacrónica. Se trata de la figura de un pastor al cuidado de un rebaño de ovejas. Las nuevas generaciones incluso las ya no tan nuevas, la conocen solamente de oídas, quizá por el cine o por las descripciones literarias. Para los ya muy mayores, los que fuimos niños allá por la década de los años cuarenta del siglo pasado, nos resultaba una escena familiar.
Ahora en cambio no solo ha dejado de ser cotidiana, sino que ha adquirido matices peyorativos no queremos ser borregos. Y no queremos formar parte de un sumiso rebaño de ovejas.
Para entender textos tan antiguos es preciso conocer su sentido, así como el mensaje que encierran y acercarlos a nuestro hoy. Es preciso desechar los condicionamientos circunstanciales y aprender la lección que encierran que sigue siendo tan válida para nosotros como lo fue para aquellos que la escucharon por boca del propio maestro Jesús.
¿Qué nos dice la fiesta del Buen Pastor?
El Buen Pastor cuidaba con esmero y cariño no solo el rebaño si no a cada una de sus ovejas. Las conocía por su propio nombre, les proporcionaba buenos pastos, se arriesgaba por ellas, defendiéndolas del lobo y del ladrón.
La parábola me dice que hay Alguien que me cuida con amor y ternura, que me conoce y me llama por mi nombre, tiene conmigo una relación de cercanía, me procura todo aquello que necesito, me defiende de las garras de tantos lobos que merodean en mi derredor. Todo ello sin pasarme factura pues no busca su provecho sino el mío. Se preocupa no solo por mí, por los que tiene cerca, sino por aquellos que están lejanos y escapan de su cuidado, pero no de sus desvelos.
El lobo y el ladrón, dispersan; el Pastor bueno, reúne; todos caben en su redil, todos pueden gozar de su seguridad y de su paz, su poder sobre las ovejas es el de la bondad y el servicio.
Es el pastoreo que han de ejercer obispos y sacerdotes que por su función en la iglesia se sienten y los consideramos pastores, pero no solo ellos lo son también nosotros lo somos unos de otros y como pastores buenos debemos cuidarnos, ayudarnos unos a otros, tener relaciones de igualdad y cercanía, comunicarnos y contagiarnos la Fe, la Esperanza y el Amor.
Ser Pastor y no funcionario, el asalariado, el que no siente como suyas las ovejas, no se implica en su seguridad y bienestar, en cuanto ve asomar el peligro pone los pies en polvorosa abandonándolas a su suerte.
Sentirnos pastores y no funcionarios entendiendo por ello algún grado de superioridad todos somos servidores De Jesús y como él no hemos venido para ser servidos sino para servir el único liderazgo ha de ser el del amor y la bondad celebremos pues sin complejos con alegría esta fiesta del Buen Pastor.
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP