Ya no hacen falta alegorías, el domingo pasado las utilizó: “Yo soy la Vid”, “vosotros sois los sarmientos”, “mi Padre el labrador” ahora sigue con el mismo discurso, pero hablando clara y sencillamente, sin metáforas.
Habla de amor y de alegría, dos vocablos que encierran la esencia de su mensaje. Amar, ser amados, estar contentos y transmitir alegría es lo nuclear de su testamento, lo que ha de caracterizar y ser el carnet de identidad del cristiano. Ni miedo, ni amenazas, ni actitudes lúgubres nos identifican por mucho que en algunas épocas y ciertos ambientes se nos confunda con ellas. Es célebre la expresión: “Jesús nunca se rió” y un personaje de la novela “El nombre de la rosa” de Umberto Eco asegura que Jesús no pudo reír, son breves indicios de un debate debido a una espiritualidad y una educación que juzgaba la risa como algo banal y frívolo. ¿Jesús no pudo reír? Repasando el evangelio nos encontramos con episodios inimaginable y no compatibles con un rictus adusto y serio, como cuando animó la fiesta de las bodas de Caná convirtiendo el agua en vino, o cuando participaba en banquetes de modo que le valió el injusto mote de “comedor y bebedor”. Por otra parte, si como hombre fue capaz de llorar y de sufrir, también lo sería de reír y de sonreír.
Jesús nos quiere alegres porque él también lo fue. Hoy nos dice: “os he hablado para que mi alegría esté en vosotros y la vuestra llegue a plenitud”. Nos dice “amaos como yo he amado” y cabría añadir: “Estad alegres como yo lo estoy”. Nos habla de alegría en el momento más solemne y doloroso, lo que aclara que no se trata de una alegría superficial y una risa fácil.
Nos habla de su alegría y de la nuestra. La suya es consecuencia de una vida en sintonía con la voluntad del Padre. La nuestra tiene que ver con la buena marcha de los asuntos familiares y laborales y también con objetivos lícitos pero algo más superficiales y Jesús profundamente humano no hace ascos de ellos, proveyó del mejor vino a los novios para evitarles el bochorno de la escasez y conseguir que la fiesta continuara sin incidencias.
Alegría y amor, dos sentimientos, que surgen de nuestro interior sin que apenas tengamos dominio sobre ellos. Sabemos que la alegría, la auténtica, es señal de salud mental y emocional y que incita a la bondad mientras que su falta nos hace duros y rigurosos hacia los demás. En esto podemos ver la relación que establece este evangelio entre esas dos emociones. Es importante el amor a Dios, el amor a Jesús, pero llama la atención que lo que nos manda es que nos amemos unos a otros. No nos dice “amad a Dios” “amadme a mí”. Es aquello que recoge la carta de san Juan : “quien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano es un mentiroso”.
El amor lo eleva Jesús a categoría de mandato nuevo y a condición para su amistad. “seréis mis amigos si hacéis lo que os mando” “esto os mando que os améis u os a otros” Si entre nosotros surge el amor, la amistad, la buena convivencia, si quiero y procuro que el otro esté alegre la consecuencia será un cielo ya aquí, un gozo, una alegría que, como quiere Jesús, “llega a su plenitud”.
Si tengo amor fluye la alegría si tengo alegría fluye el amor.
Sor Áurea