En el Evangelio de Marcos que leemos en este ciclo “B” advertimos la ilusión, el empuje y el entusiasmo de los comienzos. Y es que ha terminado el Antiguo Testamento y llega el Nuevo.
Juan, el Bautista, ha pasado a la zona del silencio y en cierto sentido del olvido; “cuando arrestaron a Juan» es Jesús quien toma el relevo, pero la antorcha siendo la misma lo es de otra manera. La diferencia entre ambos es abismal. Los dos anuncian la llegada del Reino, los dos instan a preparar el camino, los dos exigen conversión, pero algo, el Espíritu, nos dice que lo de Jesús es otra cosa.
Esto no va en detrimento del Bautista, “el mayor de los nacidos de mujer”, sino que marca la diferencia entre lo antiguo y la novedad que llega con Jesús.
En la narración de Marcos percibimos junto a la frescura de su estilo la originalidad de algo que se describe sin copiar de otros porque su Evangelio es el primero en ponerse por escrito. Pero también y sobre todo, descubrimos el interés del evangelista por mostrarnos lo hondo de la vida de Jesús. En este Evangelio no encontramos los profundos discursos ni las elaboradas teologías de los otros evangelistas ni tampoco muchas parábolas; a Marcos le interesa la actitud vital del Maestro y eso es lo que nos comunica:
Su empatía con los pobres, su pasar haciendo el bien, curando a los enfermos, expulsando demonios y ensanchando el corazón de los oprimidos. Procurando el bienestar del hombre pues su yugo es suave y su carga ligera. Esta es la clave, el resumen y nos marca la perspectiva desde la que enfocar el sentido de nuestra conversión.
Convertirse es cambiar de mentalidad, es decir, algo que va mucho más allá que el salir de una situación de tibieza incluso de pecado y el hacer penitencia por ello.
Convertirse es volverse hacia Jesús y adoptar su mentalidad y sus sentimientos, es mirar con benevolencia a los otros, hacer el bien, acoger y perdonar. Si asimilamos y hacemos nuestra esa actitud descubriremos que el Reino está cerca, está ya aquí, entre nosotros y en nosotros, nuestro vivir nuestra convivencia será ya ese cielo, ese mundo mejor que ansiamos.
El Reino ha llegado y Jesús recorre los caminos de Galilea reclutando discípulos. También nosotros somos llamados. La tarea es ardua pero gozosa. Anunciamos un Reino que ya está aquí y lo disfrutamos. No necesitamos preparar largos discursos. Hacer nuestros los sentimientos, la mentalidad y la actitud vital del Maestro será el mejor argumento. El contagio y el efecto llamada estarán en marcha.
Sor Áurea Sanjuán Miró, op