En este hermoso día en que celebramos la Encarnación del Verbo, es decir, en que este inefable misterio se hace presente en el hoy de nuestras vidas, les propongo que nos detengamos, al menos un momento, a reflexionar para adorar lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por nosotros.

Dios, que en su Trinidad vive eternamente feliz, al ver que el que ha hecho a su imagen y semejanza ha caído en desgracia, no solo le envía un mensaje alentador, le propone una salida, manda gente de su confianza para que le ayude, sino que Él mismo en la persona del Verbo, asume nuestra naturaleza humana para, encarnándose en ella, salvarla. Esto significa hacerla recorrer el camino desde donde se ha producido el encuentro con Él hasta la misma felicidad de la Trinidad.

Si hay algo en lo cual todos los seres humanos nos parecemos, es en el anhelo de felicidad que anida en el corazón de cada uno. Ese anhelo profundo sólo puede ser saciado por la persona de Cristo y lo que aconteció en Nazaret con María, de forma diferente, puede acontecer con cada ser humano. El Verbo eterno del Padre, que tras el “hágase” de María, se encarnó en sus entrañas, sigue invitándonos a este místico desposorio, o unión entrañable con Él.

En cierta manera, la Encarnación es un ministerio inacabado, que en el tiempo, día tras día, hora tras hora, continúa realizándose en todos los que como María, libremente en la fe, son capaces de decirle: “hágase en mí según tu Palabra”.

Que el Espíritu Santo y la Virgen nos ayuden, para que cuando llame a la puerta de nuestro corazón con la contrariedad, Él se arraigue más en nosotros por la paciencia. Cuando llame por medio del sufrimiento, el renazca en nosotros en un acto de abandono confiado en sus manos; cuando llame por medio de una impertinencia, una mala interpretación, incluso la acusación de algo que no hemos hecho, Él se encarna en nosotros por medio de la disculpa y el perdón. Y, cuando llame por medio del gozo, de la realización de un proyecto, de una sólida amistad, Él se encarne en nosotros hecho alabanza y glorificación.

El misterio de la Encarnación no ha terminado, pero requiere el consentimiento de nuestra libertad para que se haga realidad en nosotros. Él usa cada circunstancia de nuestra vida para cristificar nuestros corazones. En éstos radica el secreto de la felicidad del hombre, en estar con Él. Todo puede servirnos para esto, hasta nuestras faltas y pecados, si nos arrepentimos y le dejamos que nos perdone y nos cure.

Ante esto, ¿cómo no maravillarnos y adorar a un Dios tan cercano que es capaz de salirnos al encuentro a cada minuto y en cada circunstancia?

Sor Mª Luisa Navarro, OP

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