La parábola es una manera sencilla de hablar de aquello que no se puede decir por ser inefable.

La de hoy nos habla del Reino. «Sale un sembrador a sembrar». El sembrador es generoso, su siembra es abundante, no escatima la semilla con la que inunda todo el espacio, el camino, el borde, el pedregal, el rincón lleno de maleza y también la parcela de tierra buena, mullida,

humedecida por el riego, el humus perfecto para acoger la semilla.

La semilla es la misma y con la misma abundancia, pero el terreno es diverso y la cosecha desigual, a mejor tierra mejor y mayor fruto. El Reino es para todos, pero no todos lo disfrutamos por igual. Unos han agostado la semilla, otros han logrado el uno por ciento y hay quien el ciento por uno.

La moraleja es fácil: hay que trabajar y preparar la tierra, parece que la fuerza está en mí y que de mí depende el éxito de la cosecha. Soy yo el que tengo que ponerme manos a la obra. Tengo que roturar el campo, sacar las piedras, arrancar las malas hierbas, espantar a los pájaros, acarrear el agua y regar. Toda una proeza y todo un agotamiento y un dudoso fruto ¿cómo convertir mi pedregal en un vergel? ¿Cómo? Aquí está el quid de la cuestión: “no es mi brazo el que me dio la victoria” (Sal. 44,3)

El Reino es para todos, a todos llega el derroche de semilla y en todos fructifica. Yo puedo ser un erial, puedo ser “tierra reseca agostada sin agua” pero esa inhóspita situación me provoca el ansia y el grito, la llamada de auxilio: “¡mi alma tiene sed!” Un grito tan poderoso que conmueve el corazón divino; “mi alma tiene sed, sed de ti Dios mío” y se produce la magia, no soy yo, la fuerza y el poder residen en la semilla, una semilla que desafía a los pájaros del bosque, que se abre paso entre las zarzas y hasta en el lugar más inverosímil, ¿no hemos visto emerger un brote verde de la más diminuta grieta en una calzada de cemento?  Ahí, en ese defecto de la acera, en esa sed que podría inclinarme hacia fuentes ponzoñosas, pero a las que se interpone el poderoso atractivo de la simiente.

Basta saberme sediento y mostrar mi sed a esa Fuente de agua viva que me llama y me grita “venid a mí los sedientos».

Solo con abrir la boca y mostrar mi deseo y mi necesidad mi tierra dará el ciento por uno.” Abre la boca que te la lleno, es Palabra del Señor.

 

Sor Áurea Sanjuán Miró            

Publicaciones Similares