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LA LIMOSNA MÁS VALIOSA
El templo de entonces y los de ahora necesitan que los fieles colaboren en su mantenimiento. Los judíos hacían sus donaciones en el mismo templo, depositándolas en el Arca de las Ofrendas colocada estratégicamente de modo que favorecían la ostentación por la visibilidad y el sonido de las monedas al caer.
Entre personajes de amplios ropajes y largas filacterias, entre esos que gustan de banquetes, asientos de honor y reverencias, que con el pretexto de largos rezos devoran los bienes de las viudas, entre esa pasa una de ellas, una humilde mujer. Es viuda lo que significa en la Biblia la máxima indefensión y la pobreza más absoluta. Es la protagonista del relato de hoy.
Ha depositado dos monedas las de más ínfimo valor, las que equivaldrían hoy a un céntimo de euro cada una, son las que se deslizan silenciosamente en contraste con las entregadas por la gente principal que lo hacen ruidosamente manifestando, a los ojos de todos lo valioso del donativo.
Sin embargo, Jesús no repara en ello y se fija en el imperceptible óbolo de la viuda a la que ensalza como modelo de generosidad:
– “Ha dado todo lo que tenía para vivir”
Jesús ha visto lo que nadie vemos. No todo lo grande es grandioso ni todo lo pequeño menospreciable. La generosidad no se mide por la cuantía y la calidad de lo que se da sino por el corazón de quien lo ofrece. Darlo todo, no importa cuánto, es sinónimo de esplendidez y de ausencia de egoísmo.
Ha dado dos céntimos, pero ha dado la totalidad más de lo que ofrecemos nosotros, aunque sea mucho, porque damos algo de lo que nos sobra.
Pero no pensemos sólo en dinero. Una sonrisa puede significar un tesoro para quien la necesita. Lo mismo un rato, un tiempo, un tiempo del nuestro, del que siempre nos falta, una acogida, un reconocimiento, una caricia psicológica. Eso es darlo todo porque sale no de lo que nos sobra sino de lo que también nosotros necesitamos para vivir.
Sor Áurea