Lavarse las manos
¡La mente y el corazón!
Jesús y los suyos andan por los alrededores del lago de Genesaret lejos de Jerusalén y por tanto lejos de la mirada inquisitoria de los “perfectos “por lo que aquí el cumplimiento de la Ley no es tan estresante. También los seguidores de Jesús se relajan. Comen sin lavarse antes las manos, uno de tantos preceptos higiénicos necesarios en épocas de caminos polvorientos y enfermedades infecciosas. Instar a su cumplimiento resultaba más fácil y eficaz si el mandato se justificaba como procedente de Dios. Así estas normas de convivencia pasaron a ser mandamientos divinos tan sagrados que su incumplimiento suscitaba la crítica y merecía sanción de fariseos y Doctores de la Ley. Éstos, que ya tienen en su punto de mira al grupo liderado por el hijo del carpintero, se desplazan hasta esta zona para observarlos de cerca y poder increpar a Jesús:
“¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras
y no siguen la tradición de los mayores?”
A lo que Jesús contesta con un exabrupto: “Bien profetizó de vosotros Isaías, hipócritas, “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”
Sí, son mandamientos humanos por más que nos digan que son de la Ley de Dios, cuando sirven para machacar al hombre y son divinos siempre que le ayuden a vivir y alcanzar plenitud. La voluntad de Dios nunca es en detrimento de nuestro bien.
Jesús defiende a los suyos y viene a decirnos que toda norma tiene valor relativo en el sentido de que está subordinada al bien de las personas, es aquello de “el “sábado para el hombre y no el hombre para el sábado”. Tampoco el culto, mejor dicho las normas y prácticas del mismo tienen valor absoluto. Los gestos del cuerpo, las ceremonias, y lo que pronuncia la boca han de ser expresión del pensamiento y la voluntad, si éstos están lejos del Señor, de nada sirve mascullar oraciones y celebrar rituales.
Jesús no va contra la Ley, él mismo advierte en otra ocasión que no ha venido a derogarla sino a perfeccionarla. Jesús quiere que la Ley recupere su sentido de salvación, y desenmascara el que con demasiada frecuencia tiene de opresión. Por eso pone los puntos sobre las íes. Nada que sea externo nos hace impuros. Lo impuro siempre sale de dentro, de un interior corrompido. Hay que lavarse las manos, pero lo importante es lavar el corazón. Y esto no es metáfora, yo puedo, pongamos por caso, recibir, en un desencuentro una sarta de agravios, por más que estos ultrajes me molesten y enfaden no me infectarán, la infección estará en la lengua y en el interior de quien los profiere. Jesús pone ejemplos más extremos:
“Escuchad y entended todos, nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre porque de dentro del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impuro al hombre”.
Pero dejemos cosas tan desorbitadas que nos atañen menos y consideremos si nuestro culto resulta perfecto pero externo o si sale de un corazón lleno de sentimientos de paz y benevolencia, libre de prejuicios y sabiendo gestionar positivamente las antipatías y diferencias naturales.
Jesús no puede ser más claro. La Ley es buena porque se dicta en favor del hombre y para favorecer la convivencia. Es mala la interpretación que le da un valor tan absoluto que lejos de favorecer oprime y angustia.
El culto no puede ser más bueno pero sólo es aceptado si no se queda en la boca y surge de un interior benevolente hacia los hermanos.
Nuestra labor es limpiar y fregotear no sólo las manos
sino y sobre todo, la mente y el corazón.
Sor Áurea Sanjuán, OP