Comentario al Evangelio, Domingo XXIX TO Ciclo B. Mc. 10,35-45


¡Vaya altercado el que se armó! Todos enzarzados contra los dos hermanos, contra Santiago y Juan porque habían osado solicitar de Jesús los primeros puestos. No jugaron limpio, se adelantaron, ya que todos esperaban la ocasión para solicitar lo mismo. 

¿Qué nos pasa a los humanos que tanto nos encanta el prestigio, el sobresalir? ¡Ya entonces, hace dos mil años, la lucha por el poder! Al igual que aquellos primeros discípulos no entendemos al Maestro, sus lecciones no consiguen romper la mediocridad en la que permanecemos instalados. Es lo que desenmascara esta escena. 

La Palabra y el ejemplo de Jesús nos resbalan. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida. Él la dio en la cruz, pero ya antes, desde el pesebre de Belén la estuvo dando. Es lo que se nos pide, no un martirio cruento y puntual sino ese devenir entregado y silencioso. 

Ese vivir como un servicio al Señor en los hermanos. Es el cáliz, que sin saber lo que pedían, afirmaron los hijos del Zebedeo ser capaces de apurar. Es la copa que debemos ir bebiendo durante el transcurso de nuestra vida. Esa es la raíz y la esencia del seguimiento, pero ni ellos ni nosotros somos capaces de profundizar, de traspasar la corteza que nos impide el acceso al núcleo de la religiosidad que decimos y queremos profesar. Nos quedamos en la periferia. ¿Somos de verdad una comunidad de creyentes? 

Necesitamos conversión y la conversión, al menos por lo común, no llega como una flecha de Cupido que de la noche a la mañana nos enamora de los valores cristianos. La conversión es un proceso, a lo largo de la vida nos vamos convirtiendo, vamos sorbiendo ese cáliz que antes bebió Él.

Es un reconvertir los valores “mundanos” en cristianos. Los jefes al estilo del “mundo” tiranizan y oprimen. A esto Jesús se opone con un rotundo: “Vosotros ¡nada de eso! ¡¡servid!!”

Ese es el Espíritu de Jesús, el que nos dará la felicidad, la satisfacción y la paz que de manera equívoca buscamos cuando vamos tras la riqueza, el mejor puesto y el dominio de los demás.

Es el espíritu que debemos de hacer presente aquí, entre nosotros y lo haremos cuando lleguemos a que nuestro modo de vivir sea el amor y el servicio. Entonces empezará a conocerse que seguimos a Jesús.

          Sor Áurea Sanjuán Miró, op

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