Margarita de Saboya (1382-1464) fue testimonio de la grandeza del Evangelio en los diferentes estados de vida que Dios le dio vivir: hija, esposa, viuda soberana y religiosa.

Nació en Pinerolo, en una de las principales casas reales de Europa: la familia de los duques de Saboya- Acaya. Su padre fue Amadeo de Saboya y su madre era hermana de Clemente VII, el que pretendió ser Papa en Aviñón durante el «gran cisma».

Siendo aún muy niña, quedó huérfana de padre y la adoptó su tío Ludovico que tenía ya una prole numerosa, y ofreció a Margarita en matrimonio. Su esposo fue el noble Teodoro II Paleólogo de treinta y ocho años años, Marqués de Monteferrato, viudo y con hijos, valiente guerrero y buen cristiano de corazón. Ella no tuvo hijos con su esposo, pero atendió a sus hijastros Gian Giacomo y Sofía, con verdadera solicitud maternal.

En 1418 Margarita quedó viuda y gobernó el marquesado como regente, hasta la mayoría de edad de su hijastro Gian Giacomo; después se retiró a vivir en el Palacio de Alba, en el Piamonte, con otras damas, haciendo vida de oración. Hizo voto de castidad y fundó en su propia casa de Alba el Monasterio de Santa María Magdalena para sí y otras damas que quisieron consagrarse a Jesucristo como monjas de la Orden de Predicadores. Todas ellas vivían en comunidad, en retirada vida de oración, estudio y obras de caridad.

Supo entregarse con plenitud a cada uno de sus “presentes”, sin notas disonantes, como manifestando la certeza de que Dios guiaba sus pasos. Ella, sencillamente, “se dejaba guiar” por Aquel que la amaba. Vivió el ser monja de la Orden de Predicadores como la culminación de su vida, como la perla preciosa, lo verdaderamente ansiado después de haber experimentado muchas riquezas por las que los seres humanos se desvelan.

La Beata Margarita de Saboya tuvo una gran confianza en Dios. Es admirable su capacidad de cambio. Ella resuelve con sensatez, todas las situaciones que se le presentaron en su vida.

Mostró su madurez para afrontar circunstancias adversas tan variadas, mezcladas con nuevos desafíos. Supo responder hallando la armonía entre la transformación de sus condiciones concretas y su identidad como hija de Dios.

Dice Romano Guardini “darse cuenta de que mi principio está en Dios, en la voluntad de Dios, recibirse constantemente desde esa voluntad de Dios. Ese es el principio de toda sabiduría. La renuncia a la soberbia. La fidelidad a lo real. La valentía que se sitúa ante la existencia y se alegra de esa existencia».

Pidamos a la Beata Margarita de Saboya que nos ayude a imitar su disponibilidad al sueño del Padre con respecto a nosotros; que nos enseñe a vivir con alegría y entrega, plenamente, disfrutando todo lo que el Padre Dios nos reserva en esta hermosa vida, que vivida en Cristo en cualquier estado, ya es Vida verdadera.

 

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