Jesús está formando a sus discípulos: quien quiera seguirle ha de vivir de una determinada manera. No se trata de llamar la atención con vestiduras o comportamientos extraños sino que siendo como los de sus contemporáneos han de tener un “algo” que los distinga de los demás, es aquello de “mirad cómo se aman”, es decir, mirad cómo se respetan, como se ayudan.
Hoy nos habla de algo tan cotidiano, tan natural y tan universal como es la convivencia. Como seres sociales que somos, nuestra vida es un tejido de relaciones interpersonales. Relaciones en las que no faltan los “dimes y diretes”, las incomprensiones, y desavenencias. Por otra parte, convivir exige una serie de normas que debemos acatar pero que no siempre interpretamos de igual manera o no siempre ni todos nos sometemos a ellas; ahí surge lo que denominamos corrección fraterna.
Nos encanta que Jesús se ocupe de ella, nos encanta, si se me permite la ironía, corregir y que el corregir adquiera la categoría de virtud. Nos encanta porque siempre nos colocamos en el lugar del corrector, nunca del corregido.
Pero, nuestras correcciones ¿son cómo las que sugiere el Maestro o más bien corregimos a impulsos de emoción, es decir, a la ligera y más como un desahogo personal que como una seria y ponderada voluntad de ayudar al hermano.
No debemos permitirnos nunca una precipitada amonestación. Más que corregir, cuidar, respetar la intimidad y evitar la humillación, cuidarnos unos a otros, no sólo cuidar las formas sino el propio corazón. Un corazón limpio hará que la palabra dicha al hermano sea curativa.
Una corrección bien hecha ha de tener como resultado un quedar, después de ella, más amigos y hermanos. Es la “prueba del algodón” que certifica que la corrección ha sido fraterna.
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP