Estamos en un ambiente tenso. Se corta la respiración. Jesús se está desvelando ante sus íntimos. El velo de misterio que cubre su identidad: “(¿Quién es este que hasta los vientos le obedecen?”) se está descorriendo, pero no todos los ojos pueden resistir tanta claridad ni todos los corazones tanto amor y Judas se va. Prefiere la oscuridad que encubre lo siniestro de su decisión.
Jesús, liberado de esa presencia hostil, rodeado de amigos, se siente querido por ellos, cada uno a su manera ha optado por él y cada uno a su manera cierra filas a su alrededor.
El clima de intimidad se acrecienta. “¡Hijitos míos!…”La gloria de Dios cubre, invade a este Hijo del Hombre, a este hermano nuestro y en él el mismo Dios es glorificado.
Ha llegado su hora. “hijos míos, me queda poco de estar con vosotros…” son palabras solemnes de testamento: “AMAOS”
“os doy un mandato nuevo” un mandamiento machaconamente repetido una y otra vez y siempre durante todo su paso por la tierra. ¿Dónde está la novedad? No vale cualquier amor, no vale el teórico, no vale la casi siempre vana declaración de intenciones. No vale la falaz afirmación de amor universal. Hay que amar como él. Esa es la novedad. ¿Mandato imposible? Nosotros amamos con acepción de personas y a golpes de sentimiento. Él ama a todos y por todos da la vida. Hace salir el sol sobre buenos y malos, nadie escapa a su amorosa predilección. Cada uno somos la oveja descarriada que atrae sus desvelos. Es el Dios de misericordia, el Dios que ama la miseria.
Amar como él, es amar al que me atrae, pero también a quien me repele. El guapo y el feo han de caber en mi corazón como caben en el suyo.
¿Precepto inviable? No podemos manejar nuestros sentimientos ni domesticarlos con el mero callar. Sí podemos acogernos al que es Bondad y con su Agua Purificadora limpiar nuestros ojos y nuestro corazón que son, a menudo, los emponzoñados.
Mirar con la mirada de Dios. Penetrar el corazón hermano con la penetrante pupila de Jesús. Dar la vida, como él, no de un golpe o en la cruz sino día a día ofrecer nuestro tiempo y nuestro quehacer.
Ese ha de ser nuestro documento de identidad. Esa la señal del cristiano. “En esto conocerán que sois mis discípulos. En que os Anais unos a otros” Sor Áurea