Los discípulos, los amigos de Jesús están cansados después de jornada tan estresante. Ya habían interrumpido pidiendo al Maestro que dispersara la gente para que fuesen a buscar y comprarse comida, lejos de hacerles caso les pide algo más, les pide que den comienzo a la fiesta porque aquello fue una fiesta. Imaginemos el bullicio y el jolgorio. Unos y otros buscándose entre sí para hacer corrillo con los más amigos y allegados. ¡Les invitaban a comer cuando ya era tarde y estaba hambrientos! Todos comieron, a todos sirvieron. incluso aún cuando no contaban, a las mujeres y a los niños.
Después otro esfuerzo, les ordena que recojan cuidadosamente las sobras y hagan inventario. ¡Doce cestos! Total que los apóstoles no pueden más, el incansable ritmo de Jesús les tiene literalmente extenuados. Por eso acogen sin dilación la invitación de irse por delante en la barca. Jesús aún se entretiene despidiendo a la gente.
Al fin, Jesús, queda solo. Solo sin los buenazos de los apóstoles que habiéndolo dejado todo por él, de él dependen, pegajosos como si de un chicle se tratara. Solo, también sin la muchedumbre que le sigue porque le conviene: “me buscáis porque habéis comido hasta saciaros”. Lo exprimen arrancándole toda clase de milagros. También Él está cansado y aturdido de tanto bullicio de tanto reclamo.
Pero el descanso de Jesús no es como el nuestro, no se desploma sobre el sofá sino de rodillas recostado sobre el regazo de su Padre que le espera en la intimidad de la oración.
Entretanto, ya de noche, los discípulos que habían marchado antes van a la deriva, golpeada la barca por el fuerte oleaje. Están asustados. Tienen miedo. En su paranoia no ven más que fantasmas. Les falta el apoyo el soporte, la seguridad que les proporciona la compañía del Maestro. Sin Jesús no hay descanso y todo es caos en derredor, espectros que nos acosan.
No han aprendido que Jesús, pese a las apariencias de abandono y desolación está y estará siempre con ellos.
Gritan de terror, ¡el fantasma se les acerca! Pero la conocida voz de Jesús devuelve la calma a las olas y a su corazón. «Ánimo no tengáis miedo, soy Yo».
Si es Jesús la paz está asegurada.
Percibir en las dificultades y peligros esa presencia bondadosa y salvadora disipa fantasmas.
Pedro con la mirada y el corazón puestos en su Señor camina erguido y firme sobre las aguas, cuando los vuelve sobre sí y sobre las olas, sobre sus miedos, titubea, vacila y es entonces cuando se hunde.
Aprendamos la lección.
Sor Áurea