MISERICORDIA

 

Los “perfectos” de la sociedad, los fariseos y letrados, critican la familiaridad de Jesús con los indeseables, es decir, con los recaudadores y pecadores.

Esta introducción tiene más y profundo contenido que el aparente. Denota la tónica, el comportamiento habitual de Jesús. No sólo no se aparta de los proscritos y pecadores, como sería lo legal, sino que hasta come con ellos.

A estas críticas responde Jesús con tres parábolas cuyo nexo central es la MISERICORDIA.

La de hoy nos habla del hijo pequeño —oveja negra de la familia— que cuando regresa es acogido con alborozo por el Padre.

Nos habla también del hermano mayor, “que nunca se ha ido de casa” y que nunca ha desobedecido”, pero que tiene un corazón hierático, de piedra. No entiende de perdón y menos de fiesta por el regreso del hermano perdido.

La figura central es el padre. Un padre de brazos abiertos. Abraza al hijo que regresa y abraza, intenta persuadir: “Tú también deberías alegrarte”, al hijo perfecto pero que se resiste al perdón y a la acogida.

La parábola nos muestra el rostro de Dios conmovido por todas nuestras miserias. La miseria del hijo díscolo y perdido y la miseria de los que “nunca se han ido de casa” y “siempre han obedecido”.

La parábola nos habla del ser profundo de Jesús, fiel retrato del Padre Dios. Convive con todos, a nadie señala y a nadie aparta por su infidelidad.

Es el Padre bondadoso que siempre nos espera, que siempre confía, que no nos recrimina el habernos marchado de casa y el haber dilapidado en vano sus bienes. El Padre que confía en nuestra capacidad de conversión que él propicia con su abrazo de acogida y que siempre hace fiesta cuando regresamos.

La parábola nos habla de cómo es el corazón de Dios y de cómo quiere que sea el nuestro: “Vosotros también deberíais alegraros” cuando un hermano vuelve. Vosotros también deberíais facilitar el regreso con vuestra actitud de acogida y perdón.

Un corazón misericordioso con nosotros mismos y misericordioso con los hermanos, misericordiosos con todos.

“Misericordia quiero y no sacrificios” dice el Señor. Vano será nuestro culto, vanas nuestras celebraciones litúrgicas, vanos nuestros cumplimientos si no rebosan de misericordia.

Sor Áurea Sanjuán, op

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