Mc 12,28-34
“NO ESTÁS LEJOS DEL REINO DE DIOS”
No fue banal la pregunta. El israelita piadoso sentía cotidianamente la presión y el estrés de tener que desenvolverse entre las seiscientas trece leyes de obligado cumplimiento. Querer observarlas todas resultaba prácticamente imposible. Tabúes con respecto a la alimentación, normas estrictas de conducta, rituales minuciosos en todos los ámbitos, celebración de festividades y la relevancia del sábado. Normas, prescripciones y prohibiciones abrumadoras.
Esta situación suscitaba discusiones entre los Letrados tradicionalistas y los que pretendían jerarquizar y relativizar las leyes. Para unos todas y cada una de las prescripciones eran mandatos de Dios y por tanto todas y cada una revestían la misma obligatoriedad y la misma importancia, para los otros no todas eran iguales y había que relativizar. No parece ser lo mismo “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”, que la higiénica prohibición de “no mezclarás carne y leche”. No faltaban aquellos para los que la principal y absoluta obligación era la de guardar el sábado, precisamente la que tantas veces hemos visto “quebrantada” por Jesús.
En este contexto se presenta el Escriba. Esta vez la pregunta no es capciosa sino de buena y sincera voluntad, hondamente religioso conocía por propia experiencia las trabas que tal galimatías de normas interfería en su devenir de cada día.
– “¿Qué mandamiento es el primero de todos??”
A lo que el Maestro responde:
-El primero es “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” No hay mandamiento mayor que éstos”
Jesús responde con palabras del Antiguo Testamento. En concreto recita la “shema” (Duteronomio 6,4-5) pero algo de notable trascendencia es que une, como si de un mismo texto se tratara, el de Levitico 19,18. El primero habla del amor a Dios, el segundo del amor al prójimo, haciendo de los dos amores un único mandamiento. Esta es la novedad de Jesús, la que llenará su predicación, su actividad y su vida. No hay escapatoria, es indispensable amar no sólo al que tengo lejos, lo que resulta más fácil sino y sobre todo, al hermano, a la hermana, al compañero o la compañera que vive o trabaja conmigo y a través de él que es al que veo, amar a Dios al que no veo.
En este mismo episodio, pero en la versión de Lucas, vemos subrayada esta enseñanza de amor al prójimo al continuar Jesús su respuesta con la parábola del Samaritano.
Otra consideración nos sale al paso. En estas dos citas fundidas en una sola, ya se habla de amar y no de tener miedo. Es un eslabón más en el proceso de la Revelación. En un principio el Antiguo Testamento nos presenta un Dios que nos sorprende y choca con nuestra sensibilidad. Se trata de un Ser al que hay que temer y prestar sumisión. Un Ser que ordena guerras y exterminios. Un ser vengador y que incita a la venganza.
Y es que en realidad no está mostrando a Dios sino al hombre de aquella época y momento.
Dios es siempre igual y el mismo, cambiamos nosotros. A Él nadie lo ha visto jamás y por tanto ningún hombre puede decir en propiedad nada de Él.
Sólo Jesús tiene la última palabra y nos dice que Dios es Padre y es Amor.
Siguiendo a este Dios, al Dios de Jesús quizá escucharemos como el Rabí del relato de hoy
“No estás lejos del Reino de Dios”
Sor Áurea