En este día de fiesta en que conmemoramos a Nuestra Señora de los Desamparados, constatamos con alegría como nuestra fe toma todas las rendijas del corazón humano y las expresa por diversos medios, uno de ellos es la oración, otro, el arte.
El fundamento, como siempre, lo encontramos en Jesucristo. Él desde la cruz pone el cimiento de nuestra relación con María, su Madre; dice a Juan: “he ahí a tu madre”, y a
María “he ahí a tu hijo”. De este modo establece la maternidad universal de María y también la relación que está llamada a tener cada persona con esta amantísima madre: relación de hijo.
Curiosamente la primera oración que se conoce dirigida a la Virgen es: “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios”. Este pequeño párrafo nos trae dos realidades importantes, la maternidad divina de María y la esperanza del cristiano que se acoge al amparo de la Virgen.
Pasando los siglos esta misma esperanza se plasma en una imagen que está inclinada hacia su pueblo, hacia los más pequeños de su pueblo, los desamparados. Una de las características de la maternidad es ser refugio del hijo cuando este se ve en aprietos. Todos hemos experimentado alguna vez que la que conoce nuestro corazón, que sabe leerlo, aun cuando no le comuniquemos con palabras lo que nos pasa, es nuestra madre. Cuanto más, cuando un hijo o una hija recurre a ella porque lo está pasando mal; ella hace suyo el sufrimiento e intenta ayudar, proteger, aconsejar. Y, si nada de esto pudiera hacer, reza, intercede.
Así es nuestra Madre, la oración y el arte no hacen más que evidenciar lo que creemos firmemente, que María vive inclinada hacia nosotros para escuchar nuestros desamparos, para acudir en nuestra ayuda, para interceder por nosotros.