El fragmento parece sencillo, pero no lo es tanto.
Sin advertirlo lo interpretamos dándole un matiz maniqueo.
Algo así como “poner una vela a Dios y otra al diablo”. Como una disyuntiva entre lo profano que sería el César y lo espiritual o divino, es decir, optamos por el bien o por el mal y esta disyuntiva nos la solucionamos apelando a la palabra de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Como si se tratara de dos parcelas separadas en las que desenvolver mi vida.
‘Si ni robo ni mato, voy a misa los domingos y rezo algún que otro rosario, ya he cumplido con Dios, ya puedo dedicar el resto de mi tiempo a mis asuntos y enredos, a mis cosas, es decir, cumplo con mi César.
¿Es esto lo que quiso decir Jesús? Jesús se salió por la tangente contestando a lo que no le habían preguntado, saliendo airoso del callejón sin salida en el que pretendieron meterle.
Fariseos y herodianos, adversarios entre sí, se unieron con el objetivo de acometer a Jesús, pero no sé si por primera vez o no, lo cierto es que soltaron una verdad como una casa, aunque no fue esa su intención sino la de adular y alagar atrayéndole a su trampa. Le dijeron: “Maestro, sabemos que eres bueno y sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie“.
Y aquí la pregunta capciosa: “¿Es lícito pagar tributo al César o no?”. Cuestión súper comprometida. La escena no puede ser más hostil a Jesús. Si contesta que sí, se sublevará la gente harta de pagar y más pagar, si responde que no, entonces podrán acusarlo ante el poder civil de ser enemigo del César, todo un enredado lazo.
Pero Jesús sabe salir airoso de todas estas escabrosas situaciones.
Les pide que le muestren una moneda y ellos, con toda naturalidad, sin darse cuenta que se tiraban tierra a los ojos, se sacaron del bolsillo una de curso común que llevaba grabado un rostro y una inscripción que decía algo así como Cesar Augusto, hijo de Dios. El Cesar venía a ser un dios para los romanos. Han caído en su propia trampa, a la pregunta de Jesús responden que la imagen es del Cesar.
Con toda lógica responde Jesús: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Sois enemigos de Roma, pero no hacéis ascos de llenar vuestros bolsillos con monedas romanas a pesar que tenéis las vuestras propias, las de Israel. Puesto que las monedas son del César se las tendréis que devolver. Vosotros sois religiosos, sois fieles a la religión de vuestros padres, fieles a vuestro Dios, dadle pues vuestro ser y vuestro vivir, vosotros no sois imagen del César sois imagen de Dios, así lo dijo Él: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.
¿Y nosotros?
Nosotros no tenemos un César romano, pero nos dominan miles de césares, de ídolos que dividen nuestro vivir en una esquizofrenia que le hace perder su sentido.
Tenemos que ser conscientes, en nuestra vida no cabe la fragmentación y por tanto tampoco la disyuntiva.
Nuestro ser se da por entero y debe darse a Aquel a quien pertenece, Aquel de quien es imagen.
Dar a Dios lo que es de Dios: el hombre.
No hay alternativa entre lo profano y lo divino, desde la Encarnación todo es sagrado.
Sor Áurea Sanjuán, op