Al escuchar que el cura concluye la lectura de hoy con un solemne “Palabra del Señor” nos quedamos cuanto menos perplejos.
¿Palabra del Señor?
Sabemos que todo el evangelio proclama la no violencia y que los saludos de Jesús son siempre un deseo y una donación de paz: “la paz os dejo la paz os doy” y que quiere que se identifique a sus discípulos por la unidad,
el amor y la fraternidad. “que todos sean uno” “en esto conocerán que sois de los míos en que os amáis unos a otros “reconcíliate con tu hermano antes de dejar la ofrenda en e altar” “He venido a prender fuego a la tierra ¡y ojalá estuviera ya ardiendo”
Por eso lo que escuchamos hoy nos desconcierta y resulta enigmático pues nos lleva a pensar, cuando tenemos todo el país envuelto en llamas, en un Jesús pirómano y mientras nuestro mundo está plagado de guerras, se nos muestra un Jesús belicoso.
Esta es hoy la “Palabra del Señor”: “He venido a prender fuego a la tierra y ojalá estuviese ardiendo.
¿Pensáis que he venido a traer paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Aunque lo parezca no es un desconcierto sino una más de sus paradojas provocadoras de una profunda reflexión.
No todo fuego es destructor ni toda paz es encomiable. El fuego tiene también una función purificadora y sólo es buena aquella paz que deviene después de la lucha que libramos contra todo aquello que siendo nuestro
nos impide la coherencia y la autenticidad.
El fuego que trae Jesús es aquel que limpia y purifica y la división que provoca es aquella que proviene de no aceptar un conformismo estéril, ni un equilibrio producto de un “no me molestes y no te molestaré”. Que una familia esté dividida es una dolorosa desgracia pero su unión no debe ser a cualquier precio y no pocas veces la opción por los valores del Reino por parte de algunos tropieza con la oposición por parte de otros. No pocas veces Jesús resulta ser piedra de tropiezo.
La guerra y la división que anuncia el Maestro no tiene nada que ver con nuestras batallas egoístas y nuestras separaciones, nuestros “no nos hablamos “difícilmente justificables». Ojalá seamos capaces de una vida en lucha por asimilar las exigencias del seguimiento y ojalá ardamos todos con ese fuego purificador que ha venido a prender Jesús. Sí, escuchemos el evangelio de hoy reconociendo que es “palabra del Señor”
Sor Áurea Sanjuán OP