Ha terminado el ciclo terreno de Jesús.
Ya no lo vemos transitando por nuestras calles. Durante tres años lo hemos visto pasar y quedarse junto a quien lo necesitara. Lo hemos visto sonreír y atraer a los niños:
“Dejad que se acerquen a mí”,
Invitando a seguirle y respetando la decisión final de cada uno:
“…luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido…”
Lo hemos visto limpiando la lepra de los i infectados:
“Quiero, queda limpio”
Devolviendo la vista a los ciegos:
“…me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista”.
Sensible a la timidez de aquella mujer:
“¿quién me ha tocado?”
devolviendo la dignidad a aquellas otras:
“Una cosa tengo que decirte, tú no has tenido ninguna consideración conmigo, en cambio ella…”
y a la adultera:
“vete en paz y no vuelvas a pecar”.
Lo hemos visto animando:
“Levántate, toma tu camilla y anda”
Colocando las cosas, la Ley, en su sitio:
“no he venido a abolirla sino a perfeccionarla” “no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”
Lo hemos visto llorar sobre su pueblo:
“cuántas veces he querido cobijarte como la gallina a sus polluelos y no quisiste”.
Nos ha mostrado el verdadero rostro de Dios, un Dios bondadoso y providente:
“Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” “valéis mucho más que los gorriones”
Lo hemos visto haciendo el bien, perdonando
“No saben lo que hacen’
Repartiendo bondad, instando a hacer lo mimo:
“Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto”
Lo que no hemos visto es la Encarnación, ni la Resurrección ni tampoco la Ascensión. Acontecimientos que ningún historiador como tal, atestiguaría porque no cumplen los parámetros que exige la historia. Pero no son fantasias simplemente pertenecen a diferentes niveles de realidad, el histórico y el teológico y cada uno tiene su propio lugar.
Este tema a veces nos altera porque atribuimos más veracidad a las realidades que pueden ser percibidas por los sentidos sin advertir que éstas se escriben con minúscula mientras que la única verdadera es aquella que nos trasciende y supera, aquella que nos exige atravesar el umbral de lo sensible y adentrarnos en ese espacio donde la Realidad va siempre con mayúscula. Porque sólo la fe tiene ojos para descubrirla. nos dice Mateo:
“Al verlo se postraron, pero algunos vacilaban”
Aquí viene al caso la bienaventuranza del propio Jesús:
“Dichosos aquellos que crean sin haber visto”
Sí, dichosos nosotros que no exigimos pelos y señales, que no hemos visto ni palpado pero que nos basta conocer el mensaje de Jesús capaz de darnos la paz, la alegría, el bienestar y todos esos ingredientes necesarios para saborear el amor y la auténtica libertad. Ese mensaje que enarbolado y vivido por los primeros testigos fue capaz de la mayor revolución, capaz de una repercusión sin precedentes que, esa sí, recoge la historia.
No preguntemos qué, cómo y dónde fue. No hay respuesta para ello. Preguntémonos más bien ¿tiene en nosotros hoy la misma fuerza transformadora?
Jesús se va, pero nos queda su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” y nos queda su mandato: “id, haced discípulos de todos los pueblos…”
“Todos los días” hoy, ahora mismo, camina con nosotros ayudándonos a continuar su misión. Ya no lo veremos andar por nuestras calles somos nosotros quienes lo hemos de encarnar y como Él, pasar haciendo el bien.
Sor Áurea