Se respiran aires de primavera. Algo germina. A la orilla del Jordán el Bautista instruye a dos de sus discípulos. La tensión de la espera tan largamente alimentada alcanza niveles máximos. El Mesías llegará a no tardar.
En eso, Jesús pasa por allí y Juan apunta con su dedo. «Ese es, ¡ya está aquí!».
Y los dos muchachos sienten arder su corazón y echan a correr tras Jesús. El que sólo es la voz que clama en el desierto, como buen maestro, como auténtico testigo, no los retiene para sí “Conviene que él crezca y yo mengue”. ‘Ese es. A él tenéis que escuchar, ya no a mí”. La era antigua ha terminado. Comienza la novedad de Jesús.
Los discípulos se alejan. El Bautista queda solo. Su misión se ha cumplido.
Jesús percibe tras él los pasos acelerados de los dos amigos y se vuelve. Facilita el encuentro «¿qué buscáis?». Tampoco Jesús se pone en primera línea. En la misión no hay protagonismos. No pregunta «a quién» sino «qué buscáis”. Lo importante es el contenido y el propósito de la misión. La voluntad del Padre. La felicidad de los hijos.
“¿Dónde vives?”
Que viene a significar «¿cómo vives?». Y es que nuestra casa su estilo y su contenido descubren algo de nuestra identidad, intereses y ocupación y Jesús se alía con los pragmáticos, no responde con sublimes discursos sino con lo que tanto nos gusta a la gente de hoy “venid y lo veréis» ver, oír, tocar.
Y desde aquel día podemos decir «lo que hemos visto y oído lo que tocaron nuestras manos…» El cielo y la tierra nueva ya están aquí, entre nosotros, no busquemos en las nubes.
Los dos discípulos ahora ya no de Juan sino de Jesús, vieron cómo era su vivir y se quedaron con Él. Eran las cuatro de la tarde, ya casi al anochecer, pero para ellos y para nosotros amanecía el nuevo día. Aunque la cosa no queda ahí, no vale aquello de Pedro: «Hagamos tres tiendas» Hay que bajar del Tabor y comunicar a cualquier transeúnte nuestra experiencia de Dios. Es lo que hace Andrés uno de los dos que escucharon a Juan, pero siguieron a Jesús, henchido de contagioso entusiasmo, rebosando de alegría, grita a su hermano: “¡!ven, lo hemos encontrado!” y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando» y el que había llegado después es el elegido. En adelante será Pedro, la piedra que sostendrá a la Iglesia.
Andrés no lamenta el “éxito” de su hermano que en otra circunstancia se habría sentido injustamente relegado. Habría sentido “envidia” pero hoy comenzaba a presentir la nueva dinámica que iba a gobernar su vida.
En el seguimiento no cabe el egoísmo. Jesús es de todos y para todos, no hay últimos ni primeros, o quizá sí: “Los últimos serán los primeros y éstos los últimos” son las paradojas del Reino.
El evangelio de hoy nos deleita no sólo por la frescura y alegría joven que transmite sino porque nos traslada a nuestra primera vez, a aquel día en el que nuestro propio vivir dio un vuelco con la alegría y el entusiasmo de haber descubierto a Aquel que nos atrajo a su seguimiento. Y esto no va sólo por las monjas. Todos tenemos vocación, todos hemos sido llamados, cada uno por caminos diferentes pero que confluyen en un mismo punto., aquel en que como los hasta entonces discípulos de Juan escucharon de boca de Jesús la alegría y el entusiasmo que genera el descubrir a Jesús. La ilusión de seguirle que comporta un cambio radical de vida
¿Qué buscáis?
¿Qué buscas al seguirme?
¿Qué busco en Jesús?»
Sor Áurea