¿Escucharíamos hoy a un “don nadie” en el sentido de reconocerle una superioridad que nos hiciera atender a su palabra y obedecer sus indicaciones? Seguro que no. Oiríamos su discurso como quien oye llover. En el momento que describe la escena de hoy, Jesús es una persona desconocida que procede de un ambiente modesto, que no tiene estudios más allá de los que recibían los niños en la sinagoga del pueblo.
Con ese currículum Jesús se presenta en su sinagoga y se pone a enseñar.
Todos están admirados porque les habla con autoridad y no como sus Escribas que son meros repetidores de lo que dice la Ley. Algo nuevo está sucediendo allí. La autoridad que tanto les llama la atención no le viene a Jesús por tener cargos o títulos, que no los tiene, sino que brota de su propio interior.
Todos están admirados y parece que no tanto por lo que dice, que no nos lo cuentan, sino de cómo lo dice y la coherencia con que acompaña sus palabras.
La auténtica autoridad es la moral, esa que se hace respetar porque todos la reconocen. No tiene autoridad quien presume de ella y la quiere imponer.
La verdadera autoridad se manifiesta con naturalidad y sencillez. Y no tiene nada que ver con el autoritarismo ni con el empaque presuntuoso. La autoridad del Maestro queda corroborada por el signo que acontece allí mismo en lugar sagrado y siendo sábado. Estaba allí un hombre poseído por un espíritu maligno. Jesús no hace cuenta del sábado, por encima de éste está el bien de las personas, “No es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”.
Jesús está aliado con el bien y por tanto por encima de la ley. Jesús es todavía un desconocido ignorado de la gente, pero el mal, el espíritu del mal, lo identifica y tiembla: se puso a gritar: “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo? Jesús Nazareno ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.
Ya sabemos de dónde le viene esa autoridad ¡Es el Santo de Dios! y su Palabra tiene la fuerza de someter y acabar con todo mal.
Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto?” Jesús con tan sólo su palabra ha sanado a este hombre y cortando el nudo de su opresión le ha devuelto la libertad.
¿Qué nos dice a nosotros este evangelio?
¿Dedicas un tiempo a conectar con la Palabra de Dios?
¿De qué “espíritu maligno” te tiene que sanar el Señor?
Sor Áurea Sanjuán Miró, op