La cuestión es clara. Nada de qué tengo que pensar, qué tengo que sentir, qué tengo que decir. Práctico y en directo ¿qué tengo que hacer?
Es “la gente”, sin especificar, ese colectivo que a menudo minusvaloramos, sin advertir que nosotros mismos pertenecemos a él y son los profesionales, pero aquellos que no gozan de buena reputación porque son el brazo alargado de la opresión romana y que abusando de su poder extorsionan a los más débiles, son los recaudadores y los soldados, los temidos y a la vez despreciados. Son los “pecadores”. No hay sacerdotes ni religiosos ni personas de “buen vivir”. El grupo de “los buenos y piadosos” no está. ¿Será que no sienten, no sentimos, la necesidad de conversión?
Los jefes religiosos, los saduceos y fariseos también interpelarán a Juan pero no para que les marque el camino a seguir sino para curiosear, acusar y condenar. ¿Con qué autoridad, con qué título predicas? ¿Acaso eres profeta o el mesías?
“¿Qué tengo que hacer?” Es la pregunta que brota de los corazones contritos, impresionados por la predicación de Juan, que han comprendido la necesidad de conversión, de su propia conversión.
La respuesta del Bautista también es concreta y directa. No basta con golpes de pecho ni con suplicar perdón y misericordia al Altísimo. “Si tienes dos túnicas una te sobra, dala a quien no tiene ninguna; si eres soldado no extorsiones y conténtate con tu paga; si eres recaudador no oprimas ni ahogues al pobre, ayuda y facilita, no exijas más que lo estipulado”.
Lo que traducido a nuestro aquí y ahora se resume con el simple y a la vez rotundo COMPARTIR. Comparte aquello que posees y que no siempre será cuestión de dinero. Comparte tiempo, sonrisa, trato amable. Reparte caricias psicológicas y haz de tu alrededor un cielo. Será bueno, aunque a veces te fastidie, que a todos, o al menos a muchos, les guste estar contigo.
Juan no es el Mesías y su bautismo lo es sólo de agua, de conversión. Él mismo marca la diferencia con aquel que viene, que ya está y que bautiza con Espíritu y Vida. Juan nos insta a huir de la ira de Dios, Jesús a acogernos a su bondad paternal. El Antiguo Testamento ha terminado. Comienza el Nuevo, comienza la era de Jesús.
Sor Áurea Sanjuán, op