Lo que buscamos al leer el evangelio no son crónicas de sucesos sino orientación y sentido para la vida. Hoy con la narración de una fiesta de bodas se nos dice cómo va a ser el tiempo de Jesús. Un tiempo de justicia, de amor de paz. Por eso a menudo nos presenta el Reino al que nos convoca , un banquete.
En esta celebración participaban como invitados, Jesús y su madre. También el grupo de seguidores que ya teñía «el hijo del carpintero».
Lo que sucedió allí fue el pistoletazo de salida para la vida pública de Jesús ya que “sus discípulos creyeron en él”.
La narración está cargada de símbolos.
Se nos cuenta cómo en esta fiesta del amor, faltó algo tan esencial como el vino, faltó la alegría. Y de ahí extraemos una lección.
. El sentir popular lo entiende bien cuando sentencia que «un santo triste es un triste santo» Y un influyente pensador dijo algo así como que no hay más que mirar la cara seria y aburrida de los cristianos al salir de misa para darse cuenta de que no se creen lo que dicen creer.
¿Qué nos ha pasado para ser más testigos de la puerta estrecha que de la alegría de un banquete?
Nos ha pasado que quizá no tenemos vino.
No tenemos el vino de la ilusión y el entusiasmo que cabría derivar de aquello en lo que creemos.
No tenemos el vino de la esperanza segura y firme de saber que Jesús vendrá, que viene, que está.
No tenemos vino, nuestras vasijas están vacías. A nuestras tinajas, de piedra, inamovibles, les falta el vino de la nueva alianza, del hombre nuevo, seguro de la Vida que Jesús nos da.
Es difícil cambiar, pasar de lo antiguo a lo nuevo y es difícil porque nos olvidamos de la alegría y de la fiesta.
Ser seguidor de Jesús no es arrastrar un fardo, pesado, su carga es ligera.
Ser seguidor de Jesús no es sentirse esclavo de normas y leyes, su yugo es suave.
El Jesús del Evangelio, el que participa en fiestas y banquetes, el que fue tildado de borracho y comedor, quiere que revistamos su reino de fiesta que experimentemos la satisfacción del buen comer y el buen beber. El agua destinada a la purificación ya no sirve y Jesús la convierte en vino bueno y abundante, símbolo de la alegría, de la fiesta, del amor. También del compartir. Seiscientos litros no son un vaso para uno sólo, es preciso repartir.
Pasar por la puerta estrecha no es sinónimo de fastidio, agobio o dificultad, es la satisfacción de haber entrado en el reino de Jesús. la alegría de sabernos partícipes de su Reino.
Manifestando ese regocijo desmentiremos a aquellos que nos entienden como agoreros de la vida.
Ser cristiano es ir de fiesta. Es el sentido, lo nuevo que trae Jesús.
Sor Áurea Sanjuán