Hoy es la fiesta de CRISTO REY. ¿Qué celebramos?
Cuando se instauró y por las circunstancias concretas del momento, la idea fue un intento de restauración, una medida para devolver a la Iglesia el prestigio y el poder temporal que iba perdiendo.
Pero precisamente esa pérdida debiera ser considerada como una riqueza. En la iglesia nos movemos, o nos deberíamos mover, en otro ámbito y en otros valores justamente en esa afirmación del propio Jesús a Pilatos: “Tú lo dices, soy rey, pero mi reino no es de este mundo”. No es como los de este mundo y ello se encuentra plenamente manifestado en la lectura evangélica que hoy nos ofrece la Liturgia. Es la parábola del juicio final.
El Rey llega lleno de majestad y poder, rodeado de gloria y sentado en trono también de gloria. Todas las naciones y todos sus habitantes rinden su vasallaje y cuando pareciera que iba a enjuiciar a cada uno sobre la sumisión, la pleitesía, el honor y la obediencia que ha tributado a Cristo como Rey absoluto, Señor y dueño del Universo nos sorprende pidiendo cuentas sobre cómo hemos tratado a esos hermanos con los que convivimos y que tan molestos, a veces, nos resultan, a esos pobres diablos con los que nos cruzamos cada día, que nos piden unas monedas y las negamos pensando que “serán para vino”. A esos, delincuentes o no, encerrados en la cárcel necesitados de nuestra comprensión y compañía, a esos que desnudos buscan el abrigo y el vestido de los que yo ando sobrado.
Se queja de que ha tenido sed y no le hemos dado un vaso de agua, ha estado enfermo y no le hemos visitado.
-Señor ¿cuándo pasó eso?, ¡imposible!! Si, sí, estoy siempre cantando tus alabanzas, recitando oraciones y salmos ¿cuándo pude verte necesitado y no socorrerte? He pasado la vida buscando tu rostro, musitando «tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro» y ahora resulta ¡que tengo que encontrarlo en el malcarado de mi vecino!
Sí, Jesús es Rey, pero un rey que no es como los de este mundo. Los de este mundo hacen gala de su poder y de su impunidad por encima de toda Ley, en cambio Jesús «no presume de su categoría de Dios, ¡Todo lo contrario! se quita las insignias de su rango y aparece como un siervo, como uno más, como uno de tantos, como un hombre cualquiera (Filipenses 2, 6-11). No luce corona ni cetro de oro sino corona de espinas (Jn.19:2, 5) y cayado de pastor (Juan 10:11-16). No hace ostentación de su poder sino de su obediencia”, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz».
Los reyes de este mundo amasan riquezas más o menos honestamente, pero Jesús nació en un establo (Lc.2,1) y no tuvo donde recostar la cabeza. (Mt. 20) No se viste de prestigiosas marcas sino con ropa de mercadillo. «Los que visten con ropas preciosas están en los palacios de reyes» (Lc. 7,25).
Los reyes de este mundo van pertrechados de guardaespaldas y defendidos por una nutrida guardia y un ejército incondicional, en cambio Jesús confesó a Pilatos: «si de este mundo fuera mi reino, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos. Mi Reino no es de aquí» (Juan 18,36).
Es Rey, pero un rey que no incita a guerrear sino a construir la paz (Mt 5,3-12) Que no domina por el poder de las armas y su potencia militar sino por el poder del servicio, el amor y la misericordia.
Un Rey que no vive a costa de sus súbditos, sino que se desvive por ellos. «Doy mi vida…» (Juan 14:31).
Un rey que no carga con pesados fardos las espaldas de sus subordinados, sino que carga las suyas con la cruz para liberarlos a ellos. «Su yugo es suave y su peso ligero» (Mateo 11,28-30) «cargó con su cruz» (Jn 19,17) Un rey que no agobia con impuestos, sino que exige el único tributo del amor. «Lo que hiciste a uno de estos mis pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25).
Un Rey que no subyuga si no que sirve. «No he venido a ser servido sino a servir» (Mt,20,28) En su Reino servir es reinar porque Jesús es un rey que no tiene vasallos sino amigos» No os llamo siervos sino amigos (Jn.15,15). Que no habita en lujosos e inaccesibles palacios sino en lo interior de nuestro corazón «dentro de vosotros está» (Lc. 17,20) Y dentro de nosotros hemos de descubrir ese Reino que es vida y amor que no exige revancha sino justicia, paz y perdón.
Jesús es Rey, pero lo es de otra manera por eso también nosotros, sus vasallos, lo hemos de ser de otra manera.
«Los jefes de las naciones las gobiernan como dueños y los grandes hacen sentir su poder.
No debe ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros, el que quiera ser grande, que se haga vuestro criado» (Mt. 20,20)
Jesucristo es Rey. Un Rey que nos invita a reinar con él «Os nombraré príncipes por toda la tierra» «Donde yo estoy allí estaréis vosotros» (Jn.14,3).
Un Reino que nos interpela:
– ¿Doy de beber al sediento, de comer al hambriento? ¿Visto al desnudo? Es decir ¿al necesitado con generosidad, misericordia y amor?
– ¿Acojo al extranjero o lo rechazo por desconfianza y xenofobia?
– ¿actuó para romper la discordia y sembrar la paz?
Jesucristo es Rey, pero su reino no es como los de este mundo por eso cuando decimos «¡Viva Cristo Rey!» Estamos diciendo, afirmando y deseando otra cosa. Estamos pidiendo «Venga a nosotros tu Reino» el suyo, no otro cualquiera, Venga Su Reino porque:
SU REINO ES VIDA,
SU REINO ES VERDAD.
SU REINO ES JUSTICIA,
SU REINO ES PAZ.
SU REINO ES GRACIA,
SU REINO ES AMOR,
¡VENGA A NOSOTROS TU REINO, SEÑOR!!
Sor Áurea Sanjuán Miró, op