Nada alegra tanto a Dios como la conversión y la salvación del hombre.

 -San Gregorio Nacianceno-

 

La conversión se refiere a la situación de una persona que, dándose cuenta de estar caminando en la dirección equivocada, cambia de dirección y toma la correcta. Es una transformación interior en la que se pasa de una situación de alejamiento o de indiferencia hacia Dios a una vida de unidad y de amistad con Él. La conversión implica implícitamente una llamada de Dios y, al mismo tiempo, la fuerza de voluntad de la persona y la promesa de adherirse a la vocación divina. Así pues, la conversión es al mismo tiempo un don de la Gracia de Dios y un acto libre del hombre.

 El proceso de conversión puede tener lugar gradualmente, a lo largo de varios días, semanas, meses e incluso años – o realizarse en un momento muy breve, cuando uno se da cuenta de la presencia de Dios, de su propia insuficiencia y de la existencia del camino que lleva a la felicidad eterna, escogiéndolo libremente como propio.

Esperamos que el testimonio de conversión personal que se relata a continuación facilite la reflexión sobre el propio estado de la fe y sobre la presencia de Dios en la vida.

Phan Thị Kim Phúc nace el 2 de abril de 1963 en Trang Bang, un pueblo rural situado a unos 40 kilómetros de la capital Saigón, en Vietnam del Sur. El país lleva varios años inmerso en una cruenta guerra y la zona recibe frecuentes visitas de guerreros del Vietcong o de las fuerzas gubernamentales. La guerra, sin embargo, no afecta a Trang Bang y Kim, junto con sus padres, abuelos y ocho hermanos, lleva una vida bastante despreocupada, ayudando a sus padres en las sencillas tareas domésticas.

 

 

A principios de los años 70 las acciones bélicas eran cada vez más frecuentes en los alrededores de Trang Bang. Así llegó el memorable día del 8 de junio de 1972. Las fuerzas del Vietcong ocuparon el pueblo y las tropas survietnamitas deciden atacarles. Una treintena de civiles, entre ellos la familia Phúc, se reúnen en el templo local con la esperanza de que ninguno de los militares o guerrilleros ataque el objetivo religioso. Hacia mediodía, sin embargo, uno de los soldados survietnamitas confunde a los civiles reunidos en el templo con miembros del Vietcong. De repente, “una granada de humo explotó, cubriendo la escena de morado brillante y de oro. Era una señal para el piloto survietnamita que seguía la batalla: lanza las bombas justo en ese sitio”.

 Uno de los soldados cercanos al templo se da cuenta de la gravedad del error y comienza a gritar: “¡Salid! ¡Corred! ¡Tenéis que abandonar este sitio! ¡Esto no es seguro! ¡Van a destruir todo este lugar! ¡Fuera! ¡Niños, corred los primeros!”

Kim, junto con los demás niños, se precipita desde el templo a la plazoleta adyacente y después todos se desparraman por la calle principal del pueblo. Por el rabillo del ojo ve que el avión desciende bruscamente: cuatro bombas salen disparadas de debajo de su panza. Unos instantes después toda la zona queda inundada con napalm. El aire arde, alcanzando una temperatura de mil grados centígrados. Kim se está quemando. La ropa, la espalda, las piernas – todo está en llamas. El dolor es inmenso, pero no se detiene. Va corriendo hacia adelante.

En la misma calle, junto a los militares, se encuentra un jovencísimo reportero: Nick Ut, quien inmortaliza el ataque del avión con su máquina fotográfica.

El grupo de niños alcanza a los militares – Kim recordará algún año después que en ese momento gritaba: “Nóng quá, nóng quá – mucho calor, mucho calor”.

Uno de los periodistas, Christopher Wain, alarga la mano y da agua a la pequeña. Después derrama agua sobre su cabeza y su cuerpo quemado, pero de esta manera empeora las cosas, porque el oxígeno del agua reacciona con los restos del napalm de su cuerpo y crea de nuevo el fuego. Nick Ut también la socorre, dejando aparte su máquina de fotos, y la lleva al hospital de Saigón. Los médicos, sin embargo, determinan que la pequeña no podrá sobrevivir – alrededor del 30% de su cuerpo está quemado-. Nick insiste y, finalmente, convence a los médicos para que lo intenten. Kim pasa en el hospital los siguientes catorce meses y es sometida a diecisiete operaciones quirúrgicas.

Mientras tanto, una de las fotos tomadas por Nick, donde aparece Kim desnuda, quemada y aterrorizada, corriendo por la calle junto a otros niños, es galardonada con el Premio Pulitzer. La foto se titula: “The terror of war – El terror de la guerra”. El proceso de curación es muy doloroso, pero en el camino sucede otra cosa – mucho más grave: en el corazón de Kim nacen la rabia y el odio. Son emociones negativas y muy profundas hacia todas las personas que le han causado dolor, hacia todas las personas que le han dado la espalda al ver su piel cicatrizada y deformada. Ya no se siente amada, aceptada, hermosa, digna de una vida.

Muchos años más tarde, durante una entrevista, Kim dirá: “Habría preferido morir aquel día, junto a mi familia… Para mí ha sido difícil cargar con todo ese odio, esa rabia”.

Todas estas experiencias físicas y emocionales la conducen a elegir la medicina como materia de estudio. Al mismo tiempo busca también un sentido más profundo para su vida y estudia diferentes religiones. Un día de 1982, en el segundo año de universidad, en la biblioteca universitaria de Saigón encuentra el Nuevo Testamento. Lo coge, se sienta y comienza a hojear las páginas. Su mirada se posa en la frase pronunciada por Jesús en el evangelio según san Juan: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Al principio, Kim piensa que Jesús es muy presuntuoso – “hay miles de caminos para llegar a Dios; todo el mundo lo sabe”. Cierra el libro, pero su reflexión continúa – se da cuenta de que, si la frase dicha por Jesús es verdadera, entonces ha estado adorando a los dioses equivocados durante toda su vida.

 

De esta manera se enciende en ella otro pensamiento: “Ese Jesús sufrió en defensa de su pretensión. Se burlaron de Él. Y lo torturaron. Y lo asesinaron. ¿Por qué habría hecho todas estas cosas, si no fuera, verdaderamente, Dios? Su dolor debía tener un propósito, de lo contrario no habría podido soportar tan fielmente el combate. No había considerado nunca a Jesús desde este lado – el lado herido, el lado que lleva las cicatrices”.

Toda la reflexión lleva a Kim a concluir: “Si Jesús es verdaderamente el que dice ser, y ha soportado todo eso que dice haber soportado, entonces quizá podría ayudarme a dar un sentido a mi dolor y, finalmente, a aceptar mis cicatrices”.

Durante las semanas siguientes Kim profundiza su conocimiento de la religión cristiana, habla con otras personas, descubre poco a poco que la fe nace de la escucha y que Dios tiene un plan para ella. Compara sus experiencias dolorosas con el Dios que ha sufrido. Un día descubre que es amada y querida por Dios. A comienzos de 1983 anuncia a su familia que ha cambiado de religión – ha dado su vida al Señor Jesucristo.

La conversión cristiana le dio la fuerza para perdonar. Actualmente, Kim Phuc vive en Canadá, con su marido y sus dos hijos. Ha dedicado su vida a promover la paz, prestando apoyo médico y psicológico a las víctimas de la guerra.

“El perdón me liberó del odio. Tengo todavía muchas cicatrices en mi cuerpo y fuertes dolores casi todos los días, pero mi corazón está purificado. El Napalm es muy potente, pero la fe, el perdón y el amor son aún más fuertes. No tendríamos más guerras si todos aprendieran a convivir con el verdadero Amor, la esperanza y el perdón.

Si pudo hacerlo aquella niña de la foto, pregúntate:

¿puedo hacerlo también yo?”.

 

Origen: “24 Horas para el Señor” 17-18 marzo 2023

Conferencia Episcopal Española

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