En el libro de los orígenes de la Orden, de Jordán de Sajonia, leemos acerca de Santo Domingo: “todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón y amándolos a todos de todos era amado. Consideraba un deber suyo alegrarse con los que se ríen y llorar con los que lloran”.
La realidad de nuestro mundo, como la de cualquier época, nos invita a prolongar esta faceta de la vida de Santo Domingo, a ensanchar el corazón para que todas las realidades del presente se eleven hacia Dios. El corazón de una monja, de un sacerdote, de un laico está llamado a ser como una patena viva en la que se le ofrece a Dios todo lo que vivimos nosotros y nuestros hermanos, para que él los transforme en una misteriosa escala hacia la vida eterna.
Hoy nos podemos alegrar inmensamente por la jornada mundial de la juventud, porque hay muchos jóvenes que creen en Jesucristo y quieren seguirle dando testimonio de Él en sus ambientes, porque estos jóvenes creen en el poder de Dios que perdona y rehace y son capaces de acercarse al sacramento de la reconciliación y de purificar mediante él su amistad con Cristo. Porque Jimena, una de las jóvenes madrileñas que desde hace dos años y medio padecía una casi ceguera y creyendo en el poder de Dios pidió por mediación de la Virgen de las Nieves la gracia de poder ver y Dios se la concedió ¡porque los jóvenes son capaces de creer en los milagros del Señor! Hoy también nos toca sufrir con nuestros hermanos perseguidos a causa de la fe, con los que están muriendo en la guerra de Ucrania, con los que se ven privados de sus derechos en Nicaragua, en Corea del Norte, en Venezuela y en tantos otros lugares, con los que padeciendo, no la ceguera física, pero sí la del espíritu piden, en Níger, al grupo Wagner, ayuda militar.
Alegrarnos como los que se alegran, sufrir con los que sufren, ensanchar el corazón para que todos quepan en él; es la gracia que pedimos por intercesión de nuestro padre Santo Domingo. La gracia de la caridad apostólica que transforma en oblación los pequeños sufrimientos y contrariedades, las alegrías y acciones de gracias, a fin de que todos puedan gozar de la cercanía y de la amistad con Jesús.