PRESENTACIÓN
Estoy plenamente convencido de que la vida de sor Leonor de Santa María Ocampo OP (1), monja dominica del Monasterio Santa Cata¬lina de Siena en Córdoba, merece ser conocida y divulgada. Por ese motivo, he alentado a una monja actual de esa misma comuni¬dad, sor María Nora Díaz Cornejo OP, que ha estudiado con dedica-ción sus escritos y otras fuentes importantes, para que completara y publicara esta biografía. Me complace ahora presen¬tarla, deseando sinceramente que cuantos lean esta obra, gocen al conocer el paso de Dios en la vida de una persona, de una comunidad, y de la patria.
Por lo general, la vocación y misión de una monja de clausura, es igno¬rada por la mayoría de la gente. La desconocen aún muchos cris¬tianos y cató¬licos practicantes. Cuánto más, quienes no han oído hablar de Jesucristo o no creen en Él. Sin embargo, vale la pena co¬nocerla, sobre todo en una ciudad como Córdoba, que tuvo y supo valorar la entrega de mujeres contemplativas, desde su mismo ori¬gen. Hay una tradición popular española, divulgada tam¬bién por es¬tas tierras, que pareciera reconocer el papel de las monjas: cuando una novia hace los preparativos para su casamiento, algún pariente le recuerda que debe llevar una docena de huevos al convento, para tener buen tiempo el día de su boda. Pero mucho más allá de esta costumbre, todavía vigente en alguna familia, cualquiera se puede conmover al conocer el número incesante de personas que recurren o llaman diariamente al convento, para pedir oraciones por sus en¬fermos queridos, por sus dificultades personales o familiares, y por tantas situaciones sociales que preocupan o angustian. En ese re¬curso cotidiano, se pone de manifiesto cuánto se valora la interce¬sión constante de las monjas ante Dios, por el pueblo y sus necesi¬dades.
Sor Leonor Ocampo percibió muy joven el llamado del Señor a una vida de entrega total a Él. Pero tuvo que luchar y esperar mu¬chos años para poder ingresar al convento. No partió hacia Córdoba, sin antes conocer en La Rioja natal y luego en San Juan, aun siendo niña y luego joven, duras situaciones de vida, tanto en el seno de su familia, como en la vida social y política de su provincia y de la Na¬ción. Su decisión de ser ante todo una buena cristiana, como hija, hermana y amiga en su condición laical, le exigió crecer en forta¬leza, perseverancia y caridad. Por eso su historia resulta ejemplar para los cristianos de todo tiempo, que quieran ser fieles al llamado de Jesús y vivir según el Evangelio.
En esta obra, su autora ha sabido describir con datos interesan¬tes el contexto histórico en que nació y vivió sor Leonor. En realidad, las personas que admiramos, incluso por su profunda fe cristiana y santidad de vida, vienen al mundo en una situación precisa de la his¬toria; su existencia es parte de un proceso, marcado por determina¬das circunstancias de tiempo, lugar y cultura. Así vivieron los márti¬res y los santos en este mundo: beneficiados por las con¬diciones fa¬vorables de su ambiente y probados por dificultades de toda índole. En algún sentido, ellos son fruto de su familia, de su contexto y de su época. Aunque más todavía, son un regalo de lo alto, para que entre su gente y allí donde sean conocidos, se perciba el paso de Dios.
En medio de una cultura cada vez más secularizada, y en un mundo que parece satisfecho sin valores trascendentes, hoy llama la atención el testimo¬nio de esta mujer sensible desde pequeña a las cosas de Dios; inquieta por vivir en constante relación con Él; no sólo para recogerse en oración silenciosa, sino para asistir a los en¬fermos y a los pobres, con amor sincero y ab¬negado, que brotaba de su fe cristiana. Su preocupación por cuantos encon¬traba en necesi¬dad y por los que a ella recurrían, la llevó a brindarles toda la ayuda material que estuviera a su alcance, al mismo tiempo que los invi¬taba a volver a Dios y a permanecer en la gracia divina.
Isora del Tránsito, como fue bautizada y llamada en familia, de¬bió esperar varios años para entrar al Monasterio de las Catalinas. Mientras tanto, había aprendido a gustar de lejos esa vocación, a través del testimonio de sus tías monjas, que ya estaban en ese con¬vento, y del asesoramiento de los padres dominicos. Pudo concre¬tarla recién a los 26 años de edad, después de varias etapas de una existencia azarosa, que esta obra cuenta con detalles atrayen¬tes. En¬tre las actitudes que fueron forjando su temple, se destaca una gran confianza en la divina providencia, que la acompañó en todo mo¬mento y colmó su corazón de una serena paz. Así vivió luego sus años en el convento, con¬fiando siempre más en el Señor, cualquiera fueran las condiciones que en¬contraba en su camino. También aquí se puede descubrir una buena lección, muy oportuna en la época actual, que poco valora el esfuerzo sostenido y ab¬negado para alcan¬zar un ideal costoso.
Sus muchos años de vida religiosa transcurrieron en una fideli¬dad alegre, humilde y servicial. En verdad, el tiempo vivido por un cristiano como entrega conciente y generosa, no pasa simplemente, sino que es ocasión para prolon¬gar y madurar la ofrenda, produ¬ciendo abundantes frutos de virtud. En el claus¬tro ocupó diversos oficios, conservando siempre la sencillez y buena relación con todos. Aunque en su camino no le faltaron obstáculos, porque debió pa¬decer por varios motivos, incluso por la incomprensión de algunas personas; no obstante supo sobrellevar todo en religioso silencio y sin perder la sereni¬dad. Los testimonios recogidos de quienes la co¬nocieron, describen muy bien esta condición suya de monja sencilla, entregada, sufrida y siempre bien dis¬puesta.
He guardado para mencionar recién ahora las gracias especiales que re¬cibió sor Leonor a lo largo de su vida. Impresionan de modo especial su pro¬funda unión con Dios, su diálogo constante con Él, la íntima comunicación con Jesús y María, como también los consuelos, avisos y consejos que de ellos recibió. No obstante, esta riqueza sin¬gular de gracia, fue vivida por ella en el secreto de su corazón, y confiada únicamente a su confesor. Quienes la cono¬cieron y camina¬ron a su lado, sólo percibieron los frutos de santidad, que de esa ele¬vada vida mística emanaban; sin que ella los diera a conocer, ni se creyera diferente o mejor que los demás por haberlos recibido. Es alecciona¬dor advertirlo, ya que con frecuencia se encuentran perso¬nas que buscan do¬nes especiales de gracia, sin reconocer que el mi¬lagro más excelente es parti¬cipar de la gracia divina, que nos hace hijos de Dios muy queridos, para vivir en el amor constante y here¬dar con Cristo la gloria eterna.
Por último, valoro y agradezco que la autora haya mantenido hasta el final la relación de sor Leonor con la historia de su tiempo. Tanto la provincia como la Nación, por una parte, como la Iglesia diocesana y universal, por otra, pasa¬ron por circunstancias cambian¬tes, conflictivas y nada fáciles. Una vida en búsqueda de santidad auténtica, no se lleva al margen de esos avatares, sino gozándolos y sufriéndolos con la gente de su tiempo, cualquiera sea la voca¬ción recibida. Así pues, en su contexto, la existencia cristiana de esta jo¬ven luchadora, abnegada y servidora es mejor entendida y valorada. Aun el tiempo de sus años en el claustro, son más apreciados te¬niendo en cuenta su oración y ofrenda de vida, en permanente inter-cesión por los sufrimientos y necesida¬des del pueblo. De esta consi¬deración brota la gratitud a Dios, que nos regala un ejemplo tan hermoso de vida entregada, que como se narra en esta obra, estuvo acompañado por otras vidas ejemplares de hombres y mujeres, que enriquecieron aquel tiempo, y que son la honra de la Iglesia y de la patria.
Este libro saldrá a la luz habiendo concluido poco tiempo atrás el año de¬dicado a la vida consagrada y durante el jubileo domini¬cano, que coincide con el año de la Misericordia. Tiempos de gracia y bendición, en los cuales Dios nos atrae hacia Él, con admirables ejemplos, por el camino de una vida más evangélica y por ello mismo más dichosa.
Córdoba, 19 de marzo de 2016, fiesta de San José
José María Arancibia
Arzobispo emérito de Mendoza
Capellán del Monasterio Santa Catalina de Siena
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(1) OP: Orden de Predicadores. Instituto religioso fundado por Santo Domingo de Guzmán, comúnmente llamados “dominicos”.