La viña es una imagen recurrente en el Antiguo Testamento y especialmente significativa en el Nuevo. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.
Será bueno conocer algún detalle de esta planta para entender mejor la parábola. La vid es una planta que requiere de un exquisito cuidado si queremos que dé fruto; paradójicamente el cuidado consiste en empuñar sin piedad las tijeras podadoras, hay que cortar los sarmientos viejos, los del año anterior dejando la cepa con apenas dos o tres nudos, luego cuando ha echado el follaje otra vez tijera en mano para cortar las ramas que no llevan fruto y desmochar las que lo llevan. De esta drástica poda se benefician los racimos que así obtienen mayor cantidad de savia.
Esto es lo que percibimos en las podas de viñedos, pero los estudiosos nos alertan de que la analogía tiene sus matices, “podar” no es una traducción exacta ya que en este evangelio equivale a algo así como “limpiar, purificar,” es decir “cuidar” el Padre, el mismo Dios, es quien nos cuida. Él es el labrador. No castiga, cuida y sana. Nos mima, su poda equivale a liberarnos de todo lastre, de todo aquello que impide o dificulta que la savia, la vida divina, anime todos los resquicios de nuestro ser.
Este fragmento del sermón de la Cena nos sitúa en un contexto de profunda intimidad. Jesús habla confidencialmente con los suyos, dentro de un rato vendrán a por Él traicionado por uno de sus amigos.
Lleno de ternura y de amor se está despidiendo de ellos. Me voy, pero no os dejaré huérfanos. Mi sangre, mi vida, correrá por vuestras venas porque yo soy la vid y vosotros los sarmientos, no os desgajéis de mí.
Entre nosotros no puede haber sarmientos secos alejados de esa vida divina, de ello se encarga nuestro cuidador, Dios, pero que a la vez nos apremia a colaborar, participar en la tarea, que nos incube a todos. Nos exige no estar inactivos sino alerta y abiertos a nuestra tarea PERMANECER.
Mantenernos adheridos a la cepa para que ningún labrador nos incite a “la falsa libertad de desgajarnos de ella”.
«Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.»
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada»
Permaneced en mí. No os desgajéis.
Sor Áurea Sanjuan Miró, op