Sor Karina Ayala, OP

¿Cómo conociste la vida religiosa?

Conocer la vida religiosa fue, para mí, un verdadero regalo del Señor. Antes, yo solo conocía la vida activa de las monjas que trabajan en colegios y otras instituciones. Nunca pensé que la vida contemplativa aún existiera, especialmente en Chile, mi país, que es bastante laico y no muy religioso. Así que, cuando alguien mencionaba la vida contemplativa, me preguntaba: ¿Existirán todavía las monjas contemplativas? ¿Y qué harán todo el día? No tenía mucha información, a pesar de mi participación en la parroquia.

¿Cómo conociste la vida contemplativa?

La conocí porque participaba en el camino Neocatecumenal, y una hermana de ahí del Camino, de una comunidad que llevaba más tiempo que la mía, pues nos hicimos amigas.  Ella fue a hacer un retiro con las monjas contemplativas y me contó que iba a pasar un mes allí. Me sorprendió, ya que ni siquiera sabía que eso aún existía. Cuando regresó, estaba totalmente transformada. Esto despertó mi curiosidad y comencé a investigar más sobre qué hacían las monjas contemplativas durante el día.

Y cuando las conociste, ¿cómo fue tu contacto con ellas?

Yo estaba trabajando, y me acuerdo que me dieron un mes de vacaciones, y yo dije, bueno, este mes voy a hacer el retiro. Cuando llegué al monasterio, me acuerdo que lo que más me impresionó, es la belleza y tranquilidad del lugar, rodeado de naturaleza. Al conocer a las monjas, me sorprendió lo normales y sencillas que eran. Aunque tenía muchas dudas sobre su vida cotidiana, descubrí que llevaban una vida normal: rezaban, trabajaban, comían y se divertían. La liturgia y la oración, especialmente los salmos, me parecieron muy bellas y me ayudaron a profundizar en mi fe.

¿Cómo decidiste unirte a la vida religiosa?

Durante el retiro, me sentí atraída por la paz y el sentido de propósito que encontré en la vida monástica. Yo entré con 26 años, a pesar de haber tenido una vida independiente, con estudios, trabajo y novio, sentía una falta de plenitud. Al finalizar el retiro, me ofrecieron tres meses más para profundizar en mi experiencia. Decidí renunciar a mi trabajo para seguir este llamado. Después de esos tres meses, confirmé mi deseo de ser monja y comencé el proceso formal de ingreso.

¿Cómo reaccionó tu familia?

Mi madre, siendo católica practicante, se alegró mucho con mi decisión, mientras que mi padre, aunque no practicante, siempre apoyó nuestra educación religiosa. Aunque mi familia y sobrinos me extrañan, han respetado y apoyado mi vocación. Han pasado ocho años desde que ingresé al monasterio y sigo contenta, he superado bastantes cosas, siento que ha sido todo esto una experiencia hasta el momento enriquecedora, este es un camino muy bonito, pero también que trae mucho sacrificio, mucho aprendizaje y mucho crecimiento, así que ese podría ser mi testimonio.