Un hombre marchó de viaje, como la ausencia iba a ser larga, dejó a sus siervos el cuidado de su casa, recomendando al portero que vigilara.
Y esta misma recomendación, precisó Jesús, que es para todos: “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”.
No sabemos el día ni la hora de su regreso, pero si nos lo ha ocultado no ha sido porque quiera sorprendernos y pillarnos dormidos, al contrario, quiere que nuestra vida transcurra en la tensión de la espera y nuestro vivir sea pleno y no se malogre por la modorra que produce la ociosidad.
Hay que mantenerse despiertos y a la espera, pero una espera ilusionada y gozosa, no vale la pasiva y aburrida como cuando esperamos nuestro turno en una larga cola.
Isaías, en la primera lectura de este domingo, nos expresa el anhelo de quien sintiéndose lejos de Dios exclama: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”, es el “todavía no” subrayado por la profunda oración con la que continúa el profeta: “Señor ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?”
Estamos en el Antiguo Testamento, todavía no ha llegado la “Buena Noticia” de Jesús, según la cual no hay que buscarlo ni aquí, ni allí, porque “dentro de vosotros está.” No miremos a lo lejos, no oteemos el horizonte, el que viene ya está, nos lo ha dicho Jesús. Dentro de nosotros está tan fundido con nuestro ser como lo está nuestra propia yugular, como viene a decir un aforismo sufí.
Nuestra tarea, la que nos ha encomendado el dueño de la casa, es la de mantenernos despiertos, atentos y vigilantes, y el objetivo descubrir al que con nosotros y en nosotros está, es el “ya, pero todavía no” que solemos repetir en esta época del año litúrgico. Está, lo tenemos, pero todavía no lo hemos descubierto.
Sumergidos en el sueño, ignoramos lo que hay y lo que pasa a nuestro alrededor, pero también, y es lo más lamentable, ignoramos lo que llevamos dentro, lo que somos dentro porque nuestra profundidad no es un estuche que guarda un tesoro, nuestra profundidad es el mismo tesoro. Es preciso despertar y descubrir nuestra autentica identidad.
Sor Áurea Sanjuán, op