COMER Y DEJARSE COMER
Discurso inaceptable y polémico el que Juan el evangelista pone en boca de Jesús Tan inaceptable que resulta comprensible la incredulidad y el menosprecio de sus paisanos. ¿no es el hijo de María, la mujer del carpintero?
y dice que es pan bajado del cielo y que si queremos vivir tendremos que comer su carne y beber su sangre. ¿Se habrá vuelto loco? ¿Quién se habrá creído que es?
Reacción comprensible para quienes han sido sus paisanos y han visto en él un muchacho despierto y bondadoso pero uno de tantos, un hombre cualquiera.
Lo han visto corretear de niño incluso han jugado con él o lo han hecho sus hijos. Conocieron alguna travesura como la de aquel mal trago que hizo pasar a sus padres hasta que lo encontraron dando lecciones a los doctores de la ley. Un apuro para María y José pero cosas de chicos un buen muchacho, pero esto de ahora…
Cuanto menos tendremos que comprender la perplejidad de aquella gente ante palabras que nosotros escuchamos desde pequeños por lo que pueden resultarnos habituales e incluso rutinarias.
El lenguaje tiene su fuerza y su impacto pero los pierde cuando lo usamos sin reparar en su significado profundo.
Hablamos de Eucaristía. Esa es la carne y la sangre del Señor, esa interpretación se ha dado, y la tiene, al texto que nos ocupa hoy.
Pero nos quedamos en la primera parte, en la invitación de Jesús incitándonos a comer su cuerpo hecho pan y a beber su sangre hecha vino. Nos quedamos en la debida adoración pero quizá no profundizamos en la segunda, es decir en aquella que nos exige la condición de discípulos y seguidores de Jesús la de asemejarnos a Él, tener sus mismos sentimientos. Expresamente nos dice «Haced esto en memoria mía»
Haced lo que yo estoy haciendo.
Y lo que hace es dar es darse a si mismo, dejarse comer.
¿Nos damos? ¿nos entregamos? ¿Nos dejamos comer? Sor Áurea Sanjuán